fbpx

Miradas del Camino, los pasos de uno mismo y el sendero compartido

Testimonios del Camino de Santiago

Hay algo que se entiende de inmediato del Camino de Santiago: que se puede compartir el sendero, pero el Camino es de cada uno. Hay una individualidad evidente en cada metro que se avanza, en la mochila que cuelga a la espalda, en los pasos que se dan. El dolor de piernas es propio, no se comparte, como los kilómetros que transcurren en silencio y la manera de afrontar cada nueva etapa, cada amanecer que sigue a la jornada anterior. El Camino de Santiago es una experiencia personal, propia, individual. Lo es también cuando se hace en grupo. Solo o acompañado, queda determinado por el carácter singular del peregrino, que tiene también una historia personal, propia y única. Por eso no hay dos Caminos iguales: porque no hay dos peregrinos iguales.

Pero se comparte el sendero. Las palabras de ánimo, la comida, el descanso en los albergues y el ¡buen Camino! cantarín que suena en los trayectos. Esa experiencia individual se vuelve más gratificante a medida que se vincula a las experiencias individuales de otros peregrinos con los que se comparte ese sendero, vivencias y conversaciones. Dicen que el Camino de Santiago es un entorno amable y solidario, donde los peregrinos son compañeros que se entienden sin necesidad de conocerse.

Estos dos aspectos, el individual y el colectivo, quedan perfectamente reflejados en las diferentes miradas que se encuentra uno cuando se acerca al Camino.

Hacer el Camino de Santiago por uno mismo

Miradas del Camino - Ana
Fotografía: Paula Garvi

Ana, natural de Aielo de Malferit, resume su experiencia en el Camino de Santiago, ya hacia el final de la conversación, de una manera: “estoy en paz, pletórica y llena de energía”. Lo dice, pero no era necesario que le diera forma, porque son tres sensaciones que se dibujan en su cara y se sienten en su voz con cada palabra. Su historia es similar a la de muchos otros, pero esta es solo suya, así que es única. Ana, cuenta, está haciendo el Camino por sí misma. Porque necesitaba unos días para ella lejos del ruido que supone vivir en una sociedad, en una familia, en un trabajo que muchas veces puede ser estresante. Es funcionaria de prisiones, explica, y tenía que alejarse de tanta negatividad.

“Más que nada, lo he tomado como un reto personal, porque llevo una vida muy estresante, donde la negatividad en mi trabajo es constante. Aparte, he sido madre, y eso me ha llevado a tener ansiedad y estrés, porque siempre he sido muy pájaro libre”, comienza a narrar, cuando se le pregunta por qué está haciendo el Camino.

Decidimos irnos al Camino un poco para encontrarnos, para desconectar, para poner nuestra sinapsis cerebral en orden. Para tener poca dependencia de las cosas, del móvil, de ir a comprar ropa, de estar mirando constantemente la banca electrónica, el Instagram y muchísimas cosas más… El preocuparnos de nuestro curro, el que si estamos gordas o flacas, que si tenemos más ropa o menos ropa…”, enumera, y se queda la sensación de que podría haber seguido. Porque la rutina y el modo de vida que se ha adoptado puede llevar a esta dependencia, casi esclavitud, que encierra a los pájaros libres.

“Para mí… Ha sido, el venir con un pantalón, dos bragas, dos camisetas, sin plancha, desnudarme un poco. El no hablar, el encontrarme en cada etapa, durante 25 kilómetros de andar, el conocer a otra gente, el encontrarme un poco a mí y encontrar el silencio, porque ni en mi casa, ni en mi trabajo, ni con amigos… Todo el mundo te habla, tú hablas, y no escuchas o nunca te callas. El hacer 45 kilómetros que llevamos en silencio, calladas, ha sido como decir: estoy aprendiendo de esto, del Camino, de la naturaleza, de otra gente”, continúa.

También te puede interesar  Las mejores calas de Menorca que puedes visitar en barco

Se acabaron las preguntas hace tiempo, porque Ana tiene mucho que decir y lo cuenta sin necesidad de que nadie tire de ella. Parece tener muy claro qué le trajo hasta Arzúa, donde tiene lugar esta conversación, y qué está viviendo en ese sendero individual. “He ido aprendiendo. Aprendiendo del sonido, del silencio, del aire, de la lluvia. A veces escuchaba a mis compañeras, a veces me escuchaba a mí, a la gente que pasaba por ahí…”, continúa.

Hace hincapié en algo que, se nota en sus ojos, le sorprende, de la manera en que sorprende lo que no se espera pero agrada: “me he venido con estos pantalones, estas camisetas, unos calcetines, unas zapatillas, un desodorante, un gel y unos paracetamoles. Y no he traído nada más. Un cargador de móvil. Y una cosa de mi madre, que murió hace dos años, que la voy a dejar en Santiago y que llevo durante todas las etapas. Y nada más”. No es habitual, sale solo reflexionar, vivir con tan poco en este lado del mundo, y no necesitar nada más.

“Yo físicamente voy a ser la misma, pero psicológicamente o moralmente, con mis emociones, creo que las voy a canalizar mejor, a discernir mejor”, explica cuando se le pregunta si siente que este Camino ha cambiado su manera de entender el mundo. “Hay gente que con una mochila y 20 pavos está sobreviviendo, y yo era una cosa de… Sí, hombre. Y se puede hacer. Creo que voy a llegar a Santiago con más madurez y con una mochila menos pesada”.

Hay dos móviles sobre la mesa y ninguno es el suyo: “he visto el móvil hoy dos veces. Vine a dejar lastres, cadáveres que arrastraba mucho, y voy haciéndolo, poco a poco. Ya me quedan menos. Y el silencio… Es que casi no he hablado”, insiste. Seguramente no quiera pensar en llegar a Santiago, pero también sale solo preguntar por la manera en que imagina su entrada. ¿Qué va a pensar? ¿Qué va a sentir? “Voy a pensar que soy una tía valiente, que he dejado a mi hijo y no me ha dolido, que no es caótico. Que he estado en silencio durante toda esta semana y no ha pasado nada. Mi hijo está vivo, mi marido está vivo, mi casa está ahí, mi trabajo está ahí”.

Ana está haciendo este Camino junto a Sara, una buena amiga suya, y Teresa, a la que ha conocido en el mismo sendero. Hablando de ellas, también de otros peregrinos, entra en juego ese colectivo que se mueve en torno a Santiago: “esta semana se agregó Teresa, que yo no la conocía, era amiga de Sara. Y encontrar o conocer otra amistad, otra personalidad… Me ha gustado conocer a la gente con la que he ido hablando durante todos los albergues y todas las comidas que nos hemos encontrado”.

Cuenta una última anécdota. “Nos está persiguiendo un tío… pero no persiguiendo de mal”, se ríe, por si hubiera dado lugar a confusión, y sigue, “lo conocimos en la primera etapa y nos dijo, el primer día que hablé con él, que lo había hecho ocho años, y que el Camino es el Camino, que cuando te cruzas con una persona y sigues el Camino hasta Santiago, son enlaces que te van a unir toda la vida. Esta mañana, de repente, hemos oído: ¡Valencia!”. Ayer hablamos por Instagram, pero yo no lo vi físicamente, y era él, y he pensado… ¿En serio? Al final va a tener razón, como que es verdad que tiene una magia”. Va a ser verdad.

También te puede interesar  El paraíso verde del 'Amazonas español'

Reencontrándose en el sendero

Miradas del Camino - Elena y Elena
Fotografía: Paula Garvi

Quienes han tenido una especie de reencuentro en el Camino son Elena y Elena, madre e hija. Vienen de Córdoba y se están tomando el sendero con tranquilidad.

La más joven coincide con Ana, sin saberlo, en ese silencio y esa introspección que se vive en el Camino: “ha habido etapas que he dicho: mira, yo voy a mi ritmo. Necesitas también tiempo de… Es que esto es como un retiro, no sé cómo explicarlo. Es como el que dice. me voy de retiro espiritual. Son tantas cosas. La gente dice que sirve mucho para meditar, para conocerte a ti mismo, y es verdad. Es una experiencia. Yo no me la imaginaba así, me ha sorprendido muchísimo. Y hay momentos que dices: es que necesito ir solo, es que no tengo ganas de estar con nadie. Te sale pensar muchas cosas, porque vas andando y no te queda otra que seguir andando”.

Su madre coincide: “le das vueltas a todo. A tu vida, a tu familia, a tu trabajo, a todo. Son pensamientos que te van, te vuelven. Son muchas horas del Camino, te da tiempo a pensarlo todo. También: qué feliz soy, estando aquí, disfrutando de esto”. Hay un ambiente de conciencia absoluta de lo que se está viviendo en el momento en que se vive. Las mentes, en el día a día, vuelan al futuro o se estancan en el pasado, pero el Camino es el presente y los peregrinos parecen estar viviendo en ese momento. En ningún otro.

¿Cómo se decidieron a echarse a andar? “Me fui a Londres cuando acabé la carrera, hace año y medio”, explica Elena, la hija. “Y ha vuelto ahora en mayo”, completa Elena, la madre. Cuando se les señala que este Camino es, entonces, un gran reencuentro madre e hija, ambas asienten y sonríen, aunque también apuntan a ese silencio que a veces se necesita. “Es que también nos gusta mucho hablar”, explica Elena hija, entre risas.

Están andando mucho y muy tranquilas. Los primeros días, aseguran, fue duro, pero a medida que se acercan a Santiago ya van sintiendo casi una especie de morriña por lo que dejan atrás. “Al principio empiezas con la pereza de: me quedan muchos kilómetros de por medio. Y luego cuando vas andando es como… No quiero que acabe. Quiero seguir. Quiero más. Aunque estés reventado”, asegura la hija.

Ya la madre había explicado que llevaba tiempo apuntando con la mirada hacia el sendero: “yo tengo 59 años. Llevo muchos años intentando hacer el Camino y como que nunca cuadraba, por muchas historias”. Pero está ahí, sentada en un banco de Arzúa, con una temperatura perfecta para relajarse tras la etapa que se considera un poco rompepiernas. Se muestra contenta de estar ahí: “es como un reto. Yo cuando empecé el Camino no pensé que… Era el sentir, el primer día, no sé si voy a poder superar el segundo. Y el segundo si voy a poder superar el tercero. Y voy por el cuarto y voy fenomenal. Llegar a Santiago va a ser: lo he superado. Han sido cinco días que para mí han sido un reto, pero lo he conseguido”. Su hija, Elena, asiente y la jalona por detrás. Se consigue.

Los años compartidos

Miradas del Camino - Merche y Jorge
Fotografía: Paula Garvi

Es el cuarto año que Jorge y Merche se animan a hacer el Camino. Siempre han hecho el mismo, el Camino del Norte, pero cada año se han animado con un tramo. “Primero hicimos el Camino del Norte de la parte vasca, el siguiente año la parte cántabra, luego Asturias y este año ya Galicia”, van explicando, mientras encontramos un lugar para charlar a gusto. “Este año ya llegamos a Santiago, si no hay problemas. Nos quedan dos etapas y ya está”, completa Merche, con la coordinación de quien se conoce desde hace mucho tiempo. Son una pareja de Zaragoza que desprenden naturalidad, buena energía y serenidad. Les gusta andar, disfrutar de los bellos paisajes del Norte y de las historias que aguardan en el Camino de Santiago.

También te puede interesar  El insólito 'Escorial gallego'

¿Qué se vive en el Camino?, es la primera pregunta, porque ellos, de vivencias, saben. “Tranquilidad, mucha tranquilidad”, responde Jorge. “Mucha paz”, añade Merche, y continúa con una de esas exposiciones que contiene de manera precisa lo que puede significar esta experiencia de manera grupal: “en nuestro caso, es un momento para compartir entre nosotros. Además, te vas encontrando con otros peregrinos. El perfil del peregrino es muy diverso, no hay dos peregrinos iguales, no hay dos historias iguales. Eso es muy bonito. Cada uno cuenta lo que quiere, hasta donde quiere y camina contigo hasta donde quiere. Esa libertad de grupo también es muy interesante y el hecho de que a lo mejor a un peregrino o una peregrina lo conoces un día, caminas un rato, te tomas una cerveza, pasan cuatro días y de repente te lo vuelves a encontrar, y te alegras, y vuelves a hablar”.

Con ellos charlamos sobre el momento actual que vive el Camino. Han visto, de manera cercana y con una perspectiva reciente, cómo han ido cambiando las cosas, así que su punto de vista es certero, concreto, vive pegado a la realidad. “Como todo va cambiando, esto también. Y seguirá cambiando”, explica Jorge.

Pero no muere. El Camino no muere: “la prueba la tienes en que no se ha podido hacer hasta ahora y la gente lo sigue haciendo. Y a pesar de que todo son problemas para los hosteleros, sin embargo siguen abriendo y siguen invirtiendo. Porque le ven futuro. Al final es que es una cosa que, de una forma u otra, engancha”. Casi como si estuviera planeado, a su espalda asoman dos peregrinos mientras Jorge sigue hablando: “es una experiencia, es hacer deporte, es una especie de purga. Mira”, se detiene, cuando los peregrinos rebosan la posición en la que se encuentran, “sigue llegando gente. Algo tendrá”. Algo tendrá. Va a ser verdad.

“Es único y está aquí”, concluye, aludiendo a otras experiencias semejantes que pueden encontrarse en otras partes del mundo. No como esta, no como el Camino, que te puede cambiar la vida. Merche es muy sincera a este respecto: a ella no le ha cambiado, pero no le descoloca ni le resulta extraña esta concepción que se tiene. “Sí que hemos conocido a gente que nos ha dicho que les ha cambiado la vida y a lo mejor estaban viviendo en un determinado lugar a raíz del Camino, a raíz de las vivencias”, explica.

A ellos, cambiarles, no les ha cambiado, pero les ha enganchado. “Me he enganchado. A mí, me ha enganchado y me gustaría seguir haciendo Caminos”, asegura ella. Y vais a repetir, se les dice, aun sabiendo que es este año cuando llegan a Santiago. “Sí”, responde Jorge, de inmediato. Algo tendrá. Para las personas, de manera individual y por esos vínculos que se forman en el sendero.

Narrativa realizada en colaboración con Mundiplus.