Hasta hace poco una alternativa poco transitada al Camino Francés, el Camino del Norte es ahora algo más que eso. Desde que la UNESCO lo consideró Patrimonio Mundial en 2015, su crecimiento ha sido meteórico. De los 6.954 peregrinos de 2008, pasando por los 13.314 de 2013, se llegaron a 17.836 el pasado año 2018. El recorrido recorre la costa española desde Irún hasta Ribadeo, nada más entrar en Galicia. Tras ello desciende a Santiago de Compostela ya sin la compañía del Cantábrico.
De las tres grandes vías, es la más larga si se toman las salidas principales. En torno a 820 kilómetros aguardan al peregrino que salga de Irún. En comparativa, son casi 800 desde Roncesvalles y algo más de 700 desde Sevilla. Este trazado permite vivir un continuo duelo entre mar y monte. Así, el que tenga alma marinera y montesa disfrutará del Camino del Norte de forma especial. Cabe resaltar que el océano no siempre acompaña, deslizándose los senderos al interior habitualmente. Con ello se disfruta tanto de acantilados y playas como de sierras.
El fulgor verde y azul tiene un peaje claro. La abundancia de grandes urbes hace que los tramos urbanos sean muy habituales. El asfalto es más que común y tocará acostumbrarse a los arcenes y, en ocasiones, el tráfico pesado. La industria, en muchos casos moribunda, es otro paisaje fiel al Camino del Norte. Factorías del acero, minas, puertos comerciales y pesqueros o fábricas agroindustriales dan paso en instantes a una naturaleza bucólica. Puede que haya quien solo guste de esta última parte. Sin embargo, la tensión entre ambas es la que ha forjado el espíritu del norte de España. Esa tensión entre el hombre y la Tierra es difícil de experimentar si no se recorre con el propio pie el límite septentrional de la Península Ibérica.