Varios paisajes en una mirada: la 'Puesta de sol' de Mallorca de Joaquim Mir

Aún con el sonido de un chotis de fondo, la Viajera del Arte se aleja del cuadro de La Verbena de Maruja Mallo. No sabe exactamente en qué momento, pero a medida que avanza en esa especie de coche-trineo el paisaje va cambiando. Las calles asfaltadas de Madrid y las carreteras peninsulares se van transformando en caminos de tierra casi intransitables. Mientras, los edificios van dejando espacio a bosques de pinos y encinas que contrastan con el azul que, al fondo del recorrido, se comienza a intuir.

Ese tono añil no es otra cosa que el mar. Pero no un mar cualquiera, sino un mar turquesa, cristalino, limpio… La viajera reconoce de inmediato en aquellos colores las aguas de las Baleares. Sin embargo, el paisaje Mediterráneo se muestra diferente de cómo la viajera lo recordaba. Y es que aquí, los colores son más intensos y están mezclados en un juego que les da armonía y dinamismo.

Pueblo de Deia en Mallorca. | Shutterstock

A medida que avanza, la joven amante del arte reconoce las sinuosas curvas de una sierra que se extiende hasta los casi 1400 metros de altura. No todas las islas tienen montañas, así que la Viajera del Arte llega pronto a una conclusión: está ante la serra de Tramuntana, en la isla de Mallorca.

Ya sabe la localización, pero sigue sin tener ni idea de en qué cuadro está. ¿Dónde andará la dichosa Audioguía? Con esta, su habitual compañera de viaje lleva ya dos obras sin hacer su necesaria intervención. Con este pensamiento en mente, la viajera se baja del coche-trineo en el que iba subida (el último resquicio del surrealismo de Mallo que le quedaba) y llega a una bonita cala escondida en lo más recóndito de la isla. Se fija en que los colores del paisaje tienden, poco a poco, a los naranjas del atardecer.

Joaquim Mir, uno de los pintores postmodernistas más importantes de España

“Estamos ante el cuadro Puesta de Sol de Joaquim Mir”. La Audioguía vuelve así a escena tal como se fue: sin previo aviso. Entonces le cuenta a la viajera quién fue este artista catalán que a la joven le suena, pero que no llega a identificar. “Se trata de uno de los pintores postmodernistas más importantes de España”, comenta su ¿inseparable? compañera de viaje.

Joaquim Mir comenzó sus andanzas pictóricas en su comunidad de nacimiento, Cataluña. Sin embargo, antes de dedicarse por entero a ello, Mir formó parte del oficio de su familia como corredor de comercio. Después, estudió en la escuela de Sant Miquel y en la de La Lonja, aunque en esta última no acabó sus estudios. También durante estos años formó parte del círculo intelectual del famoso establecimiento Els Quatre Gats y formó, junto a otros artistas, el grupo “La Colla del Zafra”, cuyos miembros acudían a los suburbios barceloneses para buscar inspiración.

Atardecer en el cabo de Formentor. | Shutterstock

La Audioguía también le cuenta que, sin embargo, el momento culmen de su obra no llegaría hasta el año 1900, cuando el artista se trasladó a vivir durante un tiempo a Mallorca, concretamente a La Calobra. Allí, Mir se enamoró de la isla e incorporó todos sus matices cromáticos y lumínicos a sus pinturas. Es justo durante esta época, acaecida entre 1899 y 1905, cuando Mir pinta Puesta del Sol, el cuadro en el que la viajera se encuentra.

La Puesta de Sol de Joaquim Mir, una estela cítrica sobre el cielo de Mallorca

Embelesada por el paisaje en el que se halla, la Viajera del Arte pierde el hilo de la voz de su compañera y se abstrae en esos colores que tanta personalidad le dieron a los cuadros de Joaquim Mir. De hecho, precisamente a partir de este momento el pintor catalán se afianza como paisajista y su pintura cambia. Se convierte en más personal y en menos realista. Se sumerge en la propia interpretación que Mir hace de los lugares que visita, transitando entre el expresionismo y el postimpresionismo.

“Con esta pintura me gustaría capturar los cambios de luz que habitan en Mallorca, como si un paisaje pudiera ser al mismo tiempo varios, como si la puesta de sol pudiera dejar a su paso una estela cítrica”. Todo esto se lo dice a la viajera un hombre que aparece detrás de ella, un hombre de frondosa barba que debe de rondar los 30 años y que la viajera reconoce, a pesar de que nunca antes le ha visto, como Joaquim Mir.

Cuadro Puesta de sol de Joaquim Mir. | Wikimedia

El pintor mira entonces a la viajera y le hace un gesto para que le siga. Ambos sortean las piedras que recubren el paisaje y se quedan justo a orillas del aislado rincón. “Ojalá pudiera reflejar todo el asombro que me producen estos lugares”, dice para sí el artista, como si nadie pudiera oírle, como si nadie estuviera allí con él. La viajera mira a su alrededor y piensa que, de hecho, Mir consiguió con esta pintura exactamente eso: captar su visión del paisaje.

Un supuesto accidente que devolvió a Mir a Cataluña

Entonces la Audioguía vuelve a intervenir en la aventura y comenta que esta obsesión de Mir por el paisaje mallorquín le llevó a pintar desde lugares inaccesibles. Tanto que el artista terminaría cayendo por un barranco en 1905, finalizando con su estancia en la isla. No existe mucha información al respecto de este accidente, pero, tras el mismo, el pintor permaneció ingresado en un hospital psiquiátrico de su tierra natal durante casi dos años.

Fragmento de las pinturas murales del Interior de la Casa Trinxet, obra de Joaquim Mir. | Wikimedia

Después del incidente, vino su reconocimiento. Sus obras de los paisajes de L'Aleixar y Maspujols fueron las más afamadas, continuando con el estilo que Mir empezó a forjar ya en Mallorca. En 1917, por mencionar algunos de los muchos galardones que el artista recibió a lo largo de su vida, se le concedió el Premio Nacional de Bellas Artes.

Con el paso del tiempo, eso sí, sus cuadros volvieron a ajustarse más a la realidad y no tanto a la expresión de su propia visión, aunque nunca abandonaría ya ese carácter tan original.

El dinamismo de la noche

Tras escuchar a su últimamente inestable compañera, la Viajera del Arte observa que el cielo se va pareciendo cada vez más a esa mancha negruzca que puede verse en la parte superior central del cuadro. Una mancha que podría ser muchas cosas. Piedras, árboles, el esbozo de un acantilado con una torre en su cima… o justamente eso: la oscuridad envolviendo el atardecer. El anuncio de la llegada de la noche.

Casi como si el mundo onírico en el que últimamente vive la viajera se hubiera dado cuenta, el tic tac, no de uno, sino de varios relojes, comienza a escucharse. Entonces las formas alrededor de la muchacha comienzan a derretirse. A pesar de que la Viajera del Arte sabe perfectamente que está cambiando de cuadro, la sensación le resulta desagradable, pero solo puede hacer una cosa: dejarse llevar hasta la siguiente obra.