Daniel Vázquez: un puente pictórico entre tradición y vanguardia

La Viajera del Arte todavía tiene el corazón encogido ante los sucesos de los que acaba de ser testigo. Es verdad que estas aventuras no le pueden dejar secuelas físicas, pero no contó con que contemplar una pintura como el Guernica pudiera causar estragos psicológicos. En su cabeza, aún resuenan las bombas cayendo, los gritos de la mujer que llevaba a su hijo muerto en brazos… Pero una voz le trae de nuevo al mundo “Gazte, gazte. ¿Ondo zaude?”, le espeta una mujer de unos 60 años con un cántaro apoyado sobre su cabeza. La viajera mira con extrañeza a su interlocutora. “Disculpe, pero no la he entendido”, responde. La mujer intercambia entonces una mirada con una muchacha que va a su lado y que toma el relevo de la conversación. “Mi madre quisiera saber si se encuentra usted bien”, dice. “Ah, sí, sí”, responde la viajera.

Un lugar conocido

Tras reiterarles a ambas su agradecimiento y asegurarles que se encuentra bien, la Viajera del Arte abre bien los ojos y comienza a mirar con detenimiento el paisaje que le rodea. “Agur”, se despiden las mujeres. “Agur”, piensa entonces la Viajera del Arte. Inmediatamente se da cuenta de que aquella pregunta que no había sabido interpretar era euskera y que se encuentra en algún lugar del País Vasco.

Desembocadura del Bidasoa. | Shutterstock

De hecho, ahora que lo piensa, la viajera cae en la cuenta de que no es la primera vez que está en ese mismo sitio. Lo que pasa es que, al contrario que aquella vez, en esta ocasión el cuadro en el que se halla no es de estilo realista y le cuesta un poco reconocerlo. Esta vez el paisaje está compuesto de formas difusas, casi geométricas, lleno de colores…. Eso sí, un poco desaturados. 

La Viajera del Arte recuerda aquella vez en la que viajó hasta un cuadro de Martín Rico y Ortega: Desembocadura del Bidasoa. El lugar se correspondía con el pueblo de Hondarribia o Fuenterrabía, donde el citado río separa a dicho municipio del pueblo francés de Hendaya. A su vez, el estilo de la obra le recuerda un poco al fauvismo que Miró plasmó en su obra Siurana, el camí.

Los paisajes vascos como una interminable fuente de inspiración

“Nos encontramos en el cuadro Alegría del campo vasco, obra del pintor Daniel Vázquez Díaz expuesta en la actualidad en el Museo Reina Sofía”. La Audioguía hace de esta forma su habitual introducción en los ya comunes viajes de nuestra protagonista. La Viajera del Arte se queda un rato pensando, pero no recuerda a ningún pintor que se llame así. No le conoce. 

Alegría del campo vasco, de Daniel Vázquez. | Museo Reina Sofía

Sin embargo, la Audioguía le asegura que se trata de uno de los pintores más importantes de la primera mitad del siglo XX: “Daniel Vázquez Díaz, nacido en el pueblo onubense de Nerva en 1882, representó un puente entre el estilo tradicional y las vanguardias. Su obra más relevante y conocida es la del Poema del Descubrimiento, una serie de murales sobre la conquista de América que decoran las paredes del monasterio de La Rábida desde el año 1930”.

No obstante, la obra en la que se encuentra la viajera tiene 10 años y pertenece a un repertorio de paisajes hechos, aproximadamente, entre 1906 y 1935 conocidos como Instantes Vascos. Vázquez no era vasco y, de hecho, ni siquiera residió aquí en ningún momento de su vida, pero sí hacía continuos viajes a Euskadi, sobre todo a San Sebastián

Así fue desde 1906 cuando, a la espera de viajar a París, pasó un par de meses en la capital guipuzcoana y quedó prendado del paisaje vasco. “El descubrimiento del paisaje vasco marcó un punto de inflexión en su carrera al convertirse en una de sus más importantes fuentes de inspiración”, añade la Audioguía. 

La belleza de Hondarribia

La Viajera del Arte observa el paisaje que le rodea y recuerda también su anterior viaje a este mismo pueblo. Se fija en las casas blancas de balcones de madera, siempre pintados de algún color o llenos de flores. Observa las vías empedradas que quedan tras de sí, tras la parte del cuadro que no se ve, y la muralla que lleva protegiendo el municipio desde el siglo XVI. Observa también el paisaje verde que envuelve la estampa: el monte Jaizquíbel. También huele. Le llega el olor del mar, próximo, latente, mezclado con las aguas dulces del Bidasoa. 

Hondarribia. | Shutterstock

Una muchacha se baña en el agua que queda reflejada en la pintura de Daniel Vázquez. Se trata de apenas un canal, probablemente un afluente del río que, en algún lugar, se unirá a él. No es como la imagen que plasmó Martín Rico, donde la masa de agua era tan grande que los barcos podían navegar por ella (por algo aquel cuadro se denomina Desembocadura del Bidasoa).

La viajera repara entonces en un hombre de unos 30 o 40 años que empieza a perder el pelo. Frente a él, hay un lienzo que ocupa el largo, a ojo de buen cubero, de un torso humano. La joven se acerca para ver cómo el autor de este viaje realiza su obra. Lo de ver al pintor en acción es ya un habitual de estas expediciones, si bien la viajera no habla siempre con ellos. De hecho, la joven se da cuenta de que hace mucho que no habla con ellos. De repente, como si hubiera adivinado sus pensamientos, el pintor le pregunta: “¿Es un paisaje precioso, verdad?”. Y la viajera no puede negarlo: en efecto, así es. 

Una combinación entre Zurbarán y Cézanne

“En 1920, momento en el que Vázquez pintó este cuadro, Daniel Vázquez ya era un artista de cierto renombre, si bien la crítica española se dividía entre los que apreciaban su toque vanguardista y los que le acusaban de ‘afrancesamiento’”, indica la Audioguía. Hablamos de una reproche al que el pintor tuvo que hacer frente casi toda su carrera tras su estancia en París, entre los años 1906 y 1918, un periodo en el que el artista pudo conocer al círculo de vanguardias del momento. Entre ellos, Juan Gris o Pablo Picasso. 

La rúa de Portugal, de Daniel Vázquez. | Museo Reina Sofía

Pero Vázquez, lejos de volcarse con el cubismo, adaptó sus nuevas influencias a un estilo más tradicional. Así fue como su obra se constituyó como un puente entre ambos métodos, combinando el estilo de Zurbarán con el postimpresionismo de Cézanne. “La influencia del ultraísmo podría rastrearse en obras de Vázquez Díaz de 1920 como Pescadores vascos y, especialmente, Alegría del campo vasco”, indica Ana Berruguete en su tesis Daniel Vázquez Díaz, entre tradición y vanguardia

El ultraísmo fue un movimiento literario vanguardista originado en la España de 1919 como oposición al modernismo tradicional. Si bien se trató eminentemente de un movimiento literario, también participaron del mismo las artes plásticas, influidas sobre todo por el futurismo y el cubismo. 

De Alegría del campo vasco hay, por cierto, otra versión menos conocida y de menor importancia. “En estas dos versiones destacan los planos entrecruzados, la facetación prismática de las formas, las diagonales, la geometría contenida y la rigurosa simplificación formal, así como los ritmos cromáticos”, apunta la tesis de Berruguete.

Un puente entre la España franquista y el exterior

Este puente entre tradición y modernidad que tanto caracterizó a su obra se trasladó al plano político, puesto que Vázquez fue un pintor impulsado tanto por la Segunda República como por el régimen franquista. De hecho, durante la Guerra Civil el pintor no sabía qué podía ser de él, ya que había participado en actividades vinculadas al régimen derrocado. 

Murales de Daniel Vázquez en el monasterio de La Rábida. | Shutterstock

Sin embargo, la autoría de los murales de La Rábida (que encajaban a la perfección con el carácter imperialista de la dictadura), su habilidad como retratista y su gusto por pintar escenas relacionadas con los toros le valieron la simpatía del régimen. Hasta tal punto que Vázquez hizo varios retratos del mismo Francisco Franco. 

Además, el carácter vanguardista de los cuadros del pintor le venía muy bien al régimen para modernizar la imagen de España de cara al exterior. Así, la obra de Daniel Vázquez no solo se constituyó como un puente entre estilo tradicional y moderno, sino también como un puente entre los intereses del régimen y la política americanista.Tras escuchar todo lo que la Audioguía le cuenta, la Viajera del Arte siente que todo lo que pasó en el cuadro anterior es ya un sordo recuerdo. Y es que nada como el aire de un paisaje como este para descansar y calmarse. Sabe que ha llegado la hora de irse porque desde algún lugar que no alcanza a ver escucha mucho ruido, un ruido que, además, no casa nada con el lugar en el que está. Intrigada, la joven decide que esta vez se irá en barca, la misma que Vázquez dejó plasmada en Alegría del campo vasco. Y remando por el río Bidasoa, la viajera se despide una vez más.