Un baile surrealista en la verbena de Maruja Mallo

La Viajera del Arte rema. Tras dejar los pueblos de Hondarribia y Hendaya atrás, entre los que el Bidasoa discurre, descubre ante sus ojos un campo azul cuya vista no podría abarcar ni en varias vidas. Es el mar Cantábrico, en el que va adentrándose hasta acabar perdida en su inmensidad.

Tras el paso de las horas, la joven se percata de que el agua está tan tranquila que hay momentos en los que resulta difícil distinguirla del cielo. Entonces, siente un vuelco, como si alguien hubiera puesto el mundo del revés. La barca queda boca abajo y la viajera cae de bruces en un cielo estrellado y aparece en lo que parece ser la terraza de un bar. No se ha hecho daño. Ni tampoco tiene miedo. La Viajera del Arte sabe que, sencillamente, se ha trasladado de un cuadro a otro, tal como viene haciendo desde hace tiempo.

El caos indica el camino

¿Dónde está? Esa es una cuestión que, en un principio, le resulta totalmente imposible de resolver a la viajera. Justo donde se encuentra no hay demasiado ruido, pero puede percibir el alboroto que viene de cerca. Sabe que, para sumergirse en cualquiera que sea la pintura en la que esté, debe de seguir la estela de las voces y el ruido. Sin embargo, antes decide quedarse unos segundos observando su lugar de partida: un montón de mesas blancas están dispuestas unas al lado de otras. Sin sillas. Sobre su cabeza, eso sí, guirnaldas de flores decoran la estampa. Parece como si estuviera en el escenario de una fiesta abandonada.

De repente, un coche hace acto de presencia justo encima del muro azul que rodea las mesas. Y detrás de él viene, lo que parece… ¿Una pequeña avioneta? Desconcertada, la Viajera del Arte decide salir del recinto, no sin antes toparse con una especie de atracción: una pequeña montaña de la que salen figuras irreales, como gnomos. Bueno, parece claro que lo que tiene ante sus ojos es una obra surrealista. La bandera rojigualda que pende en la salida de la terraza tampoco deja lugar a dudas de, al menos, el país en el que se localiza: España.

Cuando sale a la calle, el escándalo y las imágenes raras se multiplican por 10. Estamos en un cuadro surrealista y aquí todo puede pasar. Hay tanta gente y tantos estímulos que no sabe ni a dónde mirar. Por una parte, dos mujeres caminan alegres y descocadas en el plano central, como si fueran las dueñas del mundo. Por otro, un guardia civil pasea con una mujer de mantillo entre la multitud, mirando con sobriedad al mendigo que, descalzo, intenta hacerse con unas monedas. Dos gigantes, uno de ellos de un solo ojo, copan también parte de la atención de la escena.

El encuentro con una mujer de corazón rebelde

La Verbena

Lo normal sería que a estas alturas la audioguía, compañera inseparable de la Viajera del Arte en todas sus aventuras, hubiera hecho ya su intervención. Pero nada. Por más que espera, nadie le explica nada de lo que está viendo. Harta de aguardar, la joven se dirige a probar su fuerza con la atracción del martillo, esa tan típica de las ferias. Pero entonces, un grupo de marineros la increpa: “¡Descocada! ¡Fresca!”. Incluso puede ver, asustada, como uno se agacha a coger una piedra. No entiende qué está pasando, pero desde luego no va a quedarse a averiguarlo.

La viajera sale entonces corriendo sin saber dónde ocultarse. “Pss”, le espeta una voz desde el fondo de lo que bien podría ser una chimenea. La Viajera del Arte mira con desconfianza al interior, mientras oye, de fondo, como los hombres se están acercando a su posición. “Pss”, le vuelve a llamar la voz. Aún con vacilación, la joven decide finalmente entrar para esconderse de sus agresores.

Allí, en la oscuridad, ambas esperan en silencio hasta que los hombres pasan de largo. Entonces, la viajera vuelve a oír la voz de su salvadora, que se descubre como una voz de mujer: “Es por no llevar el sombrero”. “Ven, vamos fuera, que ya se han ido”, añade la desconocida. De nuevo en el exterior, la Viajera del Arte puede al fin ver a la mujer: una joven que debe de rondar los 25 años, de pelo corto y negro (mujer que el espectador podrá hallar en la parte derecha del cuadro). Nada más verla, la viajera se da cuenta de que se trata de una muchacha que rebosa entusiasmo y vitalidad.

Quitándose de la cabeza su sombrero, la extraña se lo ofrece a la viajera. “No te preocupes, ya estoy acostumbrada lo que le molesta a la gente que alguien no lleve el dichoso sombrero. Sé de sobra manejarme entre esta sociedad rancia que tiene miedo de una mujer libre”, comenta. “Lo que no entiendo”, continúa, “es cómo tú te has atrevido a quitártelo”. “Está claro que debes de ser extranjera o algo así”, concluye. La viajera, por toda respuesta, solo formula la pregunta en la que lleva pensando todo este tiempo: “¿Dónde estoy?”.

Maruja Mallo, "la sinsombrero"

Maruja Mallo

La extraña le explica entonces que se encuentra en la ciudad de Madrid y que está en una verbena. Por eso, las atracciones de feria, el ruido y la heterogeneidad de los transeúntes. “Cariño, hoy formas parte del cuadro de La Verbena, una de las obras más importantes de la joven y prometedora pintora Maruja Mallo. De hecho, hoy el cuadro se exhibe por primera vez en la sede de La Revista de Occidente, exposición promovida por el renombrado filósofo Ortega y Gasset, como parte de una serie de cuatro óleos de esta misma temática pintados hace apenas un año, en 1927”, indica la mujer.

Y precisamente es a esta generación de artistas, la del 27, a la que pertenece la obra de Mallo, junto a la de personajes como Pedro Salinas, Luis Cernuda, Salvador Dalí o Federico García Lorca. Estos dos últimos fueron grandes amigos de la pintora, formando un grupo de a cuatro junto con la también artista Margarita Manso. También fueron ellos cuatro los que iniciaron el grupo de Las Sinsombrero.

Al oír esto último, la viajera vuelve a mirar a la joven que le cuenta toda la historia. Observa como yergue su cabeza a pesar de las miradas inquisitoriales. Observa la rebeldía que su espíritu emana por los cuatro costados e, inmediatamente, lo sabe: está ante la propia Maruja Mallo. Como percatada de las miradas de su interlocutora, Mallo decide despedirse: “Disfruta de la obra, no siempre será así de colorida”. Acto seguido, la artista sale a bailar con un hombre que la viajera juraría que es Rafael Alberti (escritor con el que Mallo mantendría un romance). Recordemos: estamos en un cuadro surrealista y aquí todo puede pasar.

Las cuatro etapas artísticas de Maruja Mallo

Tras dejar atrás su escondite, la viajera recorre cada uno de los recovecos de la pintura, una pintura que pertenece a la primera etapa de la artista, donde los colores intensos y las imágenes alegres se convierten en características fundamentales de una joven que tenía toda la vida por delante. Precisamente, ese júbilo es el que transmite La Verbena, un júbilo siempre presente en las fiestas madrileñas. En su paseo, la joven se da cuenta también de que esos personajes tan dispares en los que se había fijado con anterioridad representan esa diversidad propia no ya de las verbenas, sino de la capital entera. Incluso en la propia época de la viajera, el siglo XXI, sigue existiendo y aumentando esa heterogeneidad y ese contraste entre los asistentes a las fiestas de barrio.

Finalmente, el recorrido lleva a la muchacha hasta quedarse justo delante de ese mendigo que había visto al inicio de la visita, otro personaje que nunca falta a la cita madrileña. Este, guitarra en mano, desvela a través de las notas de una canción lo que a Maruja Mallo le acontecerá en el futuro. El mendigo revela lo siguiente: que tras esa etapa de luz y color vendrán otras vidas y también otros estilos. En su segunda etapa, durante los años 30, Mallo utilizará tonalidades grises y oscuras. De esta fase es su cuadro Espantapájaros, que el impulsor del surrealismo, André Bretón, calificará como “una de las grandes obras del surrealismo”.

Antro de fósiles

El tercer periodo artístico de Maruja Mallo vendrá tras la Guerra Civil con una vuelta al color, pero esta vez con obras centradas en la naturaleza. Desde el estallido del conflicto y hasta durante 25 años, la pintora tuvo que huir de su país y exiliarse, la mayor parte del tiempo, a la ciudad de Buenos Aires.

Su cuarta etapa, de vuelta en España, estuvo marcada por la consecución de obras centradas en la proyección del futuro, tales como Los miradores del vacío. Esta última fase fue dura para la pintora. Al principio, Mallo tuvo miedo de que el régimen franquista se acordara de una mujer rebelde que había sido fiel defensora de la República, para después comprobar que sencillamente nadie se acordaba de ella, mientras la mayoría de sus amigos o bien habían huido al exilio o bien habían muerto.

Selvatro

“Una mujer mitad ángel, mitad marisco”

“Era una mujer mitad ángel, mitad marisco”, dice un hombre justo al lado de la viajera. Su característico bigote no deja lugar a dudas: la joven está frente al mismo Salvador Dalí, uno de los amigos íntimos de Mallo en el mismo momento en el que pintó esta obra. “Una de las pintoras surrealistas más importantes del siglo XX sin lugar a dudas”, continúa el pintor. Su reconocimiento en España volvería con los años y en 1982, la artista recibiría la Medalla de Oro de Bellas Artes. “A ver si vuelves a pasarte algún día por alguno de mis cuadros", comenta Dalí mientras se aleja de la escena. La viajera se acuerda entonces de cuando pudo ver como el artista retrataba a su hermana en Muchacha en la Ventana. Desde luego, no le importaría visitar alguna de las obras surrealistas del pintor.

Ya acostumbrada a la dinámica de estos viajes, la Viajera del Arte sabe que ha llegado el momento de irse. Con el espíritu de Maruja en vena, decide quitarse el sombrero que la pintora le prestó y, con la cabeza alta ante las miradas ajenas, sube a un extraño coche que bien podría ser un trineo con ruedas y volante y se aleja de la verbena madrileña.