Calma en el Toledo de Zuloaga

Inmersa en la audioguía y mirando detenidamente los cuadros. Le apasiona tanto analizar cada detalle que, arrimándose todo lo que puede al cordón de seguridad, se planta a un palmo de la obra. Disfruta de cada trazo del pincel. La joven se encuentra frente al Retrato de Maurice Barrès, pintura del artista vasco Ignacio Zuloaga que se expone en París, concretamente en el Musée d'Orsay.

Le choca otro visitante que pasa por su lado. Sin apenas poder quitar los ojos del cuadro se gira levemente para ver qué ha pasado. Una brisa de aire fresco le remueve el pelo y cuando se gira, Toledo. Sin saber cómo está en España dentro del cuadro en 1913, el año en el que se pintó. Ha viajado hasta el escenario que se representa en la obra, es más, está dentro de la obra. Sorprendida, mira a su alrededor. Escucha el cielo entre los nubarrones y el tono gris que hacen de teloneros de la tormenta, del mismo modo que escucha los cascos del caballo al galopar.

La eterna capital

A su lado, cómo no, está Ignacio Zuloaga, artista que plasma la vida en el lienzo. También se encuentra el protagonista que le da nombre a la pintura, Maurice Barrès. Aún puede escuchar la voz de la audioguía, que parece que ha cobrado conciencia propia y le habla de lo que ella quiere. Ahora manda la dirección en que mira, el punto en que fija sus pupilas.

Zuloaga desliza el pincel observando las vistas. Lo hace representando al escritor, Maurice Barrès, con un fondo muy característico y con el cual están ambos relacionados. Se trata de una ciudad que 73 años más tarde acabaría siendo Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, Toledo. La audioguía, infalible, pone voz a las palabras de Pío Baroja en Camino de perfección: “veíase la ciudad destacarse lentamente sobre la colina en el azul puro del cielo”.

Todo lo que está al otro lado del río forma el núcleo de la ciudad. Entre la maraña de edificaciones se fija en distintos puntos clave. La santa iglesia catedral primada de Toledo, el monasterio de San Juan de los Reyes, el Alcázar... Un Alcázar que seguía en pie, pero por poco tiempo. Años después acabaría asediado. Destruido durante la Guerra Civil, tuvo que ser reconstruido. Continúa la narración de Baroja: “con sus torres, sus campanarios, sus cúpulas, sus largos y blancos lienzos de pared de los conventos llenos de celosías, sus tejados rojizos; todo calcinado, dorado por el Sol de los siglos y de los siglos”.

Se podría decir que pese a las innumerables revueltas políticas que se vivían en aquella España de 1913, en Toledo se percibe calma. La calma que precede siempre a la tormenta. Aunque el tema político estaba efervescente en la que siglos atrás fuera capital visigoda, el verdadero caos llegaría al cabo de los años, con la Guerra Civil española. Este acontecimiento destruyó gran parte de lo que fue, el siglo XVI, la capital de España. De golpe un rayo de Sol e interviene de nuevo la voz, acabando con el texto de Baroja: “parecía una ciudad de cristal en aquella atmósfera tan limpia y pura... El Sol ascendía en el cielo, las ventanas de las casas parecían llenarse de llamas. Toledo se destacó en el cielo lleno de nubes incendiadas”.

El vasco y el francés

Cruza la mirada con Barrés y enseguida conoce todo de él gracias a la audioguía. Se trata de un escritor, político y publicista de origen francés. Un apasionado de los mitos y héroes del pasado, que le llevaron a investigar, a sumergirse, en la cultura y folclore popular español. Una de sus obras más reconocidas es El Greco o el secreto de Toledo, libro que sostiene en las manos y con el que aparece representado en la obra. Justo hace un año que se publicó, en 1912.

La relación de Toledo con el artista no queda ahí. Barrés aparece representado no solo con su figura y su libro. Hay otro detalle que hace un guiño al escritor. Aún no lo saben, evidentemente, pero un año después de su muerte le pondrán su nombre a una de las muchas calles que aparecen en el cuadro. Se trata de la antigua y actual calle del Barco. Así se llamaba antes de ser rebautizada en 1924, y así siguió siendo para los toledanos. Por eso el nombre del autor galo acabaría siendo borrado del callejero, pero recordado con una placa.

Zuloaga se gira y se acerca a la paleta para cambiar de color. La voz de la audioguía vuelve con más información. El artista, a principios del siglo XX, está muy influenciado por su etapa en Francia. Muy dado a pintar paisajes, sobre todo de los que se enmarcan dentro de la España vaciada, se convierte en figura del estilo llamado “España negra”. Un estilo que bebe de la técnica literaria tremendista, que destaca por la crudeza con la que se trata la obra.

Su estilo bebe de las innumerables referencias artísticas, entre las más destacadas, Goya y El Greco. Este último que sin estar explícitamente, también aparece representado y compone una parte muy importante de Toledo. Justo un par de años antes, en 1911, se inauguró el Museo que lleva su nombre hasta la actualidad, que reúne muchas de sus obras más representativas. No en vano, el griego y la capital toledana son casi sinónimos.

Un escritor, un pintor y Toledo

El relincho de un caballo lleva a la joven a la orilla del Tajo, vestido por el puente de Alcántara. Se queda completamente embelesada con la estampa. Pintor y escritor no lo saben porque sucederá en el 1921, pero están ante un Monumento Nacional. Necesario y bello a la vez. Abrazado por el río, Toledo cuenta con muchas pasarelas para cruzar de un extremo a otro de la ciudad, que con el paso de los siglos ha ido extendiéndose. Pero eso ahora ya no importa, como Zuloaga y Barrès está absorta mirando la sombra que crea el contacto del Sol sobre la construcción en el agua. Un nuevo relincho, más fuerte, hace que se sobresalte y cierre ligeramente los ojos. El embrujo toledano cesa, pero tampoco ha vuelto al museo en París. Intuitivamente sabe que se ha transportado a otra obra de arte. Ahora el aire huele a sal y se encuentra junto al mar de la costa mediterránea.