Valencia cae, la última gran aventura de Jaime I y los templarios de Aragón

Jaime I se había consolidado en el trono del Reino de Aragón tras la conquista de Mallorca y el resto de islas del archipiélago balear. Había dejado atrás un gran periodo de inestabilidad, la crispación de la nobleza aragonesa y catalana había dejado de ser un asunto de extrema preocupación y, en general, gozaba de buena imagen entre sus súbditos. También en toda la Península. Aun así, la conquista de tierras valencianas junto con los templarios de Aragón no fue el gran acontecimiento que, quizá, podría esperarse tras todo lo anterior.

Los caballeros que acompañaron a Jaime I experimentaron insatisfacción, incluso desapego por esa conquista, en buena parte de la campaña. Los ánimos no mejoraron aunque el rey de Aragón repartiese los territorios antes incluso de haberlos conquistado, como prueba de su buena fe y también de la confianza que tenía en esa empresa.

Pese a todo, logró su objetivo: Jaime I conquistó y contribuyó a formar el Reino de Valencia que hoy conocemos. No fue una conquista pacífica, pero tampoco hay grandes batallas que rescatar. La estrategia que siguió el monarca fue clara: sitiar las diferentes fortalezas, castillos y poblaciones, llevar a sus habitantes a situaciones extremas y esperar su rendición. En efecto, las tierras valencianas, poco a poco, fueron rindiéndose al paso de Jaime I, que estuvo acompañado, en los momentos clave, por la Orden del Temple.

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El camino hasta Valencia

Desde un plano teórico, esta conquista comenzó a la vuelta de Jaime I de Mallorca. En la segunda mitad del año 1231, Blasco de Alagón habló largo y tendido con el soberano, durante una reunión celebrada en Alcañiz, sobre la importancia y la riqueza de las tierras valencianas. Propuso, incluso, los primeros pasos de esta conquista, citando enclaves que pasarían a ser fundamentales, como es el caso de Burriana. Blasco de Alagón, uno de los nobles aragoneses más importantes del momento, exiliado durante años en el territorio que después quiso conquistar, convenció al Conquistador. Tardaría, sin embargo, un tiempo en llevar a cabo sus objetivos.

Casco antiguo de Valencia

Fue el mismo Blasco de Alagón quien los inició por él. Aprovechando el conocimiento que tenía del norte del territorio, y también los conflictos internos del reino musulmán, se hizo con el control de Morella. Reino de Aragón y los representantes de éste ya no se marcharían de tierras valencianas.

Vistas del pueblo de Morella

Pero el enclave principal en estos primeros pasos en la conquista del territorio fue Burriana. Por su relación con todos los castillos que quedaban al norte, a los que abastecía con todo tipo de provisiones, y porque estaba lo suficientemente cerca de la capital como para considerarse una puerta de entrada a ésta. Para conquistar Burriana, el ejército cristiano, comandado por Jaime I, se preparó a fondo. Sitió el lugar en mayo de 1233, invadiendo los campos de alrededor con miles de caballeros. Varios maestres de los templarios de Aragón, convencidos de la legitimidad de esa campaña, se encontraban allí, apoyando al rey que ayudaron a formar.

El asedió duró dos meses, y fueron dos meses difíciles en los que muchos caballeros se plantearon abandonar. La comida escaseó en ambos bandos, y la sensación de llevar batallando demasiado tiempo empezaba a pesar. Pero Burriana finalmente cayó, en julio de 1233. Los musulmanes abandonaron el lugar, y Jaime I autorizó, carta puebla mediante, la ocupación de las casas y los huertos a la nueva población cristiana. Valencia estaba cerca.

Nueva cruzada para Jaime I y los templarios de Aragón

Pero la conquista de la capital todavía tardó unos años en hacerse realidad. Fue en 1237 cuando Jaime I comenzó a agitar a sus súbditos, sus nobles y sus caballeros, realizando lo que podríamos entender como una campaña propagandística para reclamar su fuerza y su apoyo en tierras valencianas. Él mismo se instaló en los alrededores de la capital a finales de año, a la espera de la llegada de los refuerzos que lucharían a su lado. La fecha límite para unirse a su ejército era abril de 1238.

No acudieron muchos a su llamada, a pesar de que la conquista de Valencia tomó las formas de una nueva cruzada. En 1237, el papa Gregorio IX había otorgado para esta empresa del soberano una bula de cruzada, lo que significaría un apoyo internacional a la misma. No faltaron los templarios de Aragón, que todavía creían y guerreaban por su fe, que todavía confiaban en el desempeño de Jaime I.

Mientras esperaba la llegada de los caballeros reclamados, Jaime I recibió la visita de un mensajero del rey Zayyan, el último rey musulmán de Valencia. A cambio de su retirada, entregaría castillos, palacios y diez mil besantes (antigua moneda bizantina) de renta. Jaime I lo rechazó sin contemplaciones, mientras observaba cómo poblaciones de los alrededores se rendían sin necesidad de presentar batalla. Tal es el caso de Paterna, que parecían confirmar la sospecha del monarca: no necesitarían la lucha armada, bastaría con la amenaza que suponía tener ese ejército en sus puertas.

Catedral de Valencia

El cerco a Valencia comenzó a finales de abril de 1238, y las tropas, que en un principio no fueron numerosas, se incrementaron prácticamente día a día. No hubo grandes enfrentamientos entre los dos bandos en esos meses de acoso a la ciudad, siempre vigilada desde el cuartel general instalado en Ruzafa. Como decimos, bastó con la amenaza y la presión. El fin del verano trajo la rendición del reino musulmán. Un sobrino del rey fue el encargado de negociar con Jaime I, y no necesitaron más que dos reuniones para firmar el fin del conflicto. El 29 de septiembre de 1238, Valencia firmaba la capitulación. Diez días más tarde, las puertas de la ciudad se abrieron para Jaime I, confirmando de esta manera su gran victoria.

Abu-L-Hamlek, el sobrino del rey Zayyan, pactó con el monarca aragonés que, una vez que su tío aceptara las condiciones, se izaría una bandera del Reino de Aragón en la desaparecida torre de Ali Bufat, que podemos situar en la actual Plaza del Temple. Las crónicas que Jaime I escribió en su Llibre dels Feyts aseguran que cuando esto finalmente sucedió, el monarca bajó de su caballo y, llorando, besó las tierras que ya le pertenecían. A él, a los templarios de Aragón y al reino cristiano.