Tirso de Molina y el nacimiento de un mito

Si con Lope de Vega nació, en el Madrid del Siglo de Oro, un teatro para todos, Tirso de Molina (1579 – 1648) no pudo hacer otra cosa que continuar el legado del hombre al que tanto admiraba. Lope de Vega y Tirso de Molina se encontraron en las calles y también en los escenarios de la ciudad que empezaba a ser capital; calles y escenarios que alimentaron, ambos, con producciones pensadas y ejecutadas para el pueblo, por el pueblo, con el pueblo.

Siguiendo no solo las enseñanzas de Lope, también la propia concepción que del teatro existía en aquella época, Tirso de Molina dotó a sus obras dramáticas de una inclinación hacia el espectáculo total. La acción dinámica de lo representado continuó siendo, en manos de este dramaturgo, la base sobre lo que se asentaba lo demás. Esa acción debía emocionar, entusiasmar e interesar al público, que era quien decidía, precisamente, lo que se representaba y lo que no. El teatro estaba al servicio de estos espectadores gritones y llenos de entusiasmo, que encontraron en esos escenarios primitivos el mayor de sus entretenimientos. Un chispazo de emoción en sus rutinas diarias. Un lugar de reunión en el que terminar sus jornadas, justo antes de que el sol cayera del todo en el cielo, para volver a sus hogares cuando todavía la oscuridad era solo una promesa.

El Madrid de las Comedias

Corral de Comedias de Almagro
Un ejemplo de esos primitivos teatros. Corral de Comedias de Almagro | Shutterstock

Todo el teatro de nuestro Siglo de Oro puede englobarse dentro del título genérico de Comedias. Así hablaba Tirso de Molina de sus obras, como también lo hizo Lope de Vega. El límite entre lo que hoy entendemos por drama y lo que hoy entendemos por comedia era difuso. Así, Tirso y sus contemporáneos se dedicaron a ofrecerle a su público piezas que pueden encajar en cualquiera de los géneros que seguimos manejando. Como un espectáculo, como una expresión globalizadora del sentir colectivo, como una manera de representar las apariencias de la sociedad en las tablas.

Esto último es muy importante. No había, en el teatro de Tirso de Molina, una reflexión o un análisis de los vicios y virtudes del siglo XVII, como más tarde sí quiso hacer Leandro Fernández de Moratín en su propio siglo. En el teatro de Tirso de Molina encontraron lo que hoy nosotros podemos encontrar en una caricatura inocente. No había en él intenciones desdeñosas, sino un compromiso con el disfrute y también con la más absoluta calidad dramática. Sin querer reírse de nadie, quería que todos se rieran con él. De ellos mismos o de sus vecinos, que formaban un colectivo redondo, sin fisuras. Por eso, también bajo su firma, encontramos otro ejemplo de ese teatro para todos destinado al entretenimiento.

Escultura de Tirso de Molina en Madrid
Escultura de Tirso de Molina en Madrid | Raúl Ruiz

Y al aprendizaje. Tirso de Molina ingresó en 1600 en la Orden de la Merced, tomando los hábitos tan solo un año más tarde, en 1601. La intensa fe que profesaba no le impidió, en ningún caso, gozar de una libertad absoluta a la hora de desarrollar sus obras teatrales en torno a diferentes temáticas. Pero sí dedicó una buena parte de su creatividad a la creación de piezas religiosas. Dentro de éstas podemos destacar aquellas que toman inspiración en las propias obras bíblicas, y también las dedicadas a las vidas de los santos.

Si pudo hacer esto, y gozar de una buena acogida que tuvo entre el público, fue porque el teatro era sentido como un espacio en el que hombre y religión podían encontrarse con naturalidad. Recuperamos de nuevo esa intención de entretenimiento, pues no había en estas obras religiosas ningún objetivo analítico profundo, solo un deseo de representación teatral del que disfrutaba el público, que consolidaba, de paso, sus propias creencias.

El maestro Tirso de Molina y su Don Juan

El gran legado de Tirso de Molina tiene un nombre propio. Eterno, infinito, universal. Por primera vez representada en 1630, El burlador de Sevilla y convidado de piedra se considera el nacimiento oficial de un mito occidental. El Don Juan. Uno de los personajes más representados, populares y queridos de la historia del teatro. Un obligado en nuestros días, un recurrente en cada temporada teatral. Un pedazo de historia del Siglo de Oro que sigue estando, de alguna manera, de actualidad. El Don Juan es un personaje que nació como contrapunto de la sociedad y sus normas, casi un marginado al lado de éstas. Un personaje que representa un tipo de individualismo que, sin poseer maldad arraigada ni deseada, busca satisfacer sus necesidades y la lealtad que siente para consigo mismo por encima de todo. Así lo concibió Tirso, y así ha llegado hasta nuestros días.

Atribuida a Tirso de Molina, se considera un antecedente de ésta una obra de titularidad dudosa: Tan largo me lo fiáis. Sí se sabe que ésta fue representada, por primera vez, en 1617, en Córdoba, por la compañía de Jerónimo Sánchez. En cualquier caso, Tan largo me lo fiáis es una versión de una primera concepción del Burlador de Sevilla que Tirso estuvo escribiendo desde 1612. El Don Juan, aunque posteriormente lo popularizara José Zorrilla, ya en el siglo XIX, y aunque parta de esa leyenda sevillana que no nació con Tirso, sí terminó de crecer con este dramaturgo. Tomó su nombre –universal, infinito, eterno– de este dramaturgo.

Y el nombre del dramaturgo está presente hoy en una de las plazas más reconocibles de Madrid: Tirso de Molina | Shutterstock

El maestro Tirso de Molina, como lo anunciaban los bandos de la época, dedicó parte de su vida a perfeccionar esta leyenda que convirtió en teatro. Vivió en las calles de un Madrid que tampoco dejaba de crecer, viajó por España y finalmente murió en Almazán, Soria, a finales de este siglo que engrandeció con sus más de 400 comedias. Sin sospechar, seguramente, que quinientos años más tarde estaríamos hablando de este religioso mercedario como uno de los dramaturgos más influyentes de la historia del teatro, adaptado en numerosos países y recordado por siempre en la ciudad que, como sucede con él mismo y nuestro mito, lo vio nacer y crecer.