Peñafiel, el escenario de un matrimonio roto

El castillo de Peñafiel es visible desde toda la villa. Se encuentra en el punto más alto del pueblo, a unos 200 metros sobre sus bonitas casas castellanas, guardando los valles del Duero y del Duratón. También la historia de esta comarca tan rica. La peña más fiel de Castilla fue disputada por musulmanes y cristianos. Fue también escenario de batallas y conflictos políticos. Levantada en el siglo X, su peculiar forma alargada es fruto de las reformas que se llevaron a cabo en el siglo XV. Se cuenta, además, que la meseta que baña con su sombra estuvo habitada desde tiempos prehistóricos. Y que Almanzor se apoderó de ella en el año 983, solo para que Sancho García la reconquistara veinte años más tarde.

Entre unos acontecimientos y otros se sitúa la historia que ocupa estas líneas. La historia de un matrimonio condenado al fracaso desde el mismo principio. La historia de un asedio infructuoso que sirve, sin embargo, como retrato completo de una unión que ambos cónyuges detestaron. Urraca I de León, la reina que quiso gobernar por su cuenta, y Alfonso I el Batallador, el rey que quiso conquistar el mismísimo Jerusalén, son los protagonistas. Y son los ojos de ella los que guían el relato.

La reina temeraria

Castillo de Peñafiel con la villa bajo este

Porque Urraca I de León es una de las figuras históricas más interesantes de la historia de España y porque es poco habitual abordar el cerco a un castillo desde el punto de vista de un ella. Pero ella, la reina Urraca, había luchado durante toda su vida y decidió también guerrear con su esposo, con quien nunca llegó a entenderse.

Urraca, la Temeraria, tuvo en su poder el título de heredera de Alfonso VI y recibió una educación acorde a esta responsabilidad, pero se quedó sin trono tras el nacimiento de un hermanastro inesperado. No debió sentarle muy bien, menos aún cuando, a cambio, fue entregada como esposa a Raimundo de Borgoña, un noble que la convirtió en condesa consorte de Galicia. Un título pobre para una mujer que aspiró, desde niña, a tenerlo todo.

Raimundo de Borgoña murió en el año 1107. Falleció también su hermanastro. El cielo pudo despejarse para Urraca con estos acontecimientos encadenados, pero era una mujer, así que ese potencial cambio en su futuro no fue otra cosa que un cambio de manos. A pesar de contar con el apoyo de parte de la nobleza y también del clero, sobre todo del clero, Urraca fue condenada a ligarse a otro hombre: Alfonso I el Batallador, rey de Aragón.

Este matrimonio, pensado para fortalecer los reinos cristianos frente a las guerras contra los musulmanes, no siguió buen rumbo. El eufemismo más empleado es que el rey aragonés tenía un carácter terrible, propenso a la violencia, que Urraca nunca soportó. La realidad es que la reina lo acusó de maltratarla en numerosas ocasiones. Temía, además, por su hijo, heredero de León, Castilla y Galicia. Quitándole del juego, Alfonso podría tenerlo todo.

Así que Urraca temía y despreciaba a su esposo. Parece que nunca lo ocultó. Peleó por la nulidad matrimonial, con el apoyo de los sectores antes mencionados. Esta posibilidad estuvo sobre la mesa real desde el principio, generando malestar e inseguridad durante el tiempo en que se mantuvieron unidos. Y así los reinos cristianos encadenaron una guerra civil tras otra en los años en los que ambos vivieron. Así también se llega al cerco de Peñafiel, el hecho que ejemplifica todo lo anteriormente expuesto.

El cerco de Peñafiel

Castillo de Peñafiel

Año 1111. En los reinos cristianos existían dos bandos claramente diferenciados: quienes apoyaban a Urraca y quienes apoyaban a Alfonso. Todavía unidos por el sagrado vínculo del matrimonio, se disputaron tierras y grandes personalidades, que se movían entre uno y otro dependiendo de los intereses. Una figura clave en este sentido fue el conde Enrique, con quien Urraca prometió dividirse el reino y con quien llevó a cabo este cerco en Peñafiel. Urraca estaba dispuesta a todo.

Pero, a 200 metros de altura sobre la villa de Peñafiel, Alfonso se hizo fuerte en un castillo que contaba con una doble muralla. Una exterior, construida en los años inmediatamente anteriores, y una interior, que delimitaba el recinto. Con una única puerta de acceso y situado en esta peña difícil de alcanzar, los intentos de Urraca de rendir a su esposo fueron en vano. Alfonso resistió entre esos muros de enorme seguridad. El castillo de Peñafiel fue una de esas fortalezas inexpugnables capaces de resistir cualquier ataque.

Así que Urraca abandonó la villa y marchó a Palencia, aceptando que su relación con Alfonso, lejos de acabar, solo estaba abordando un episodio más.

El fin de un matrimonio que nunca debió ser

Castillo de Peñafiel con su particular forma alargada

Poco después de este cerco, Urraca y Alfonso llegaron a una especie de reconciliación. Quizá sorprenda, pero sorprenderá menos conocer que no duró más que un verano. Para otoño del año 1112, el matrimonio estaba roto de nuevo y para siempre. Urraca se propuso, entonces, gobernar en solitario en los reinos que le eran leales: Asturias, León y Galicia. Su condena siempre fue no contar con un gran ejército para hacer frente a Alfonso I el Batallador. Este, por su parte, aceptó que había territorios que nunca conquistaría porque su figura no era tomada como legítima. Ni siquiera sus grandes ejércitos pudieron con esta verdad.

Urraca la Temeraria gobernó en solitario. La guerra entre ambos continuó hasta el fallecimiento de esta reina decidida y segura de sus propósitos. Así fue hasta que falleció, en otro castillo: el de Saldaña. Pero esa es otra historia. Hay muchas más que contar. Por ejemplo, otro cerco, el de Zamora, con otra Urraca, la Infanta de León.