César Borgia, el príncipe de Maquiavelo que murió en el barro de Viana

Jamás hubiera imaginado, el temible César Borgia, que moriría desangrado entre barro y traición en los alrededores del castillo de Viana. Su personalidad osada nunca le hubiera llevado a considerar este final para una vida que estuvo, durante un tiempo, destinada a la gloria. En su misma espada brilló una inscripción que pretendía unir su sino al del dictador romano Julio César. “O César, o Nada”, podía leerse en la hoja de su arma, aludiendo a una anécdota que da buena cuenta del poder que tuvo, en su época, el más famoso líder de Roma. Le gustaba, al César Borgia del siglo XV, compararse con su casi tocayo del siglo I a.C. Encontraba semejanzas no solo en el poder que aspiraba congregar en torno a él: también en su capacidad para reunir a quienes debían seguir esas pretensiones.

Durante mucho tiempo, César Borgia fue una de las figuras más importantes de la geografía italiana. Desde su nacimiento, en el año 1475, estuvo encaminado a ocupar un lugar en la historia del país. Hijo del papa Alejandro VI, contó con su protección y con su alianza activa. Alejandro VI estaba tan interesado como su hijo en crear un estado italiano que perteneciese a los Borgia. Fue, de hecho, su instigador, esperando que a largo plazo pudiera tener bajo su yugo al resto de Italia.

Pero, quizá cuando se encontraban en su mejor momento, el papa falleció. Poco después comenzó el declive de un todavía joven César Borgia que murió, apenas cuatro años después que su progenitor, en un solitario campo navarro.

A la conquista del gran estado italiano

Vistazo de Viana desde lejos, lugar de fallecimiento de César Borgia
Vistazo de Viana desde lejos, lugar de fallecimiento de César Borgia | Shutterstock

César Borgia tenía solo diecisiete años cuando fue nombrado obispo de Pamplona y solo veinte cuando obtuvo el título de arzobispo de Valencia. Poco después llegó a ser cardenal. Una potencial carrera religiosa que se fue al traste cuando el primogénito del papa, Juan, murió en un callejón de Roma. Las malas lenguas, quizás las que surgieron cuando César desplegó toda su personalidad, hablaron de fratricidio. Real o no, cuadra. Con Juan muerto, fue César el encargado de tomar esas ambiciones de su padre, que encajaban con las suyas propias, para llevarlas a término.

Alejandro VI quería para su familia un estado italiano. Quería, en realidad, todos los estados italianos para los Borgia. Hubo un primer intento de conquista en Nápoles, pero tanto Alejandro como César, tras el fracaso inicial, pusieron su mirada en la región de la Romaña. La tomaron prácticamente entera. En 1501, César fue nombrado duque por su propio padre, consiguiendo de esta manera que este territorio pasara a disposición del patrimonio de los Borgia. Vivían su mejor momento. Con César al frente de las incursiones militares y Alejandro VI al frente de la Iglesia Católica, parecían no tener límites. Pero, al final, no eran más que hombres.

Alejandro VI falleció en agosto de 1503. Había asistido, junto a toda su familia, a un banquete celebrado en la residencia de un cardenal amigo. Todos los comensales cayeron gravemente enfermos, incluido César, que pudo superar la enfermedad por su juventud. Tenía entonces 28 años y, otra vez las malas lenguas, aseguraron que fue el culpable de lo sucedido. Su deseo de acabar con la vida de varios de los presentes le pudo llevar a cometer errores de cálculo, terminando así con la de su máximo protector.

César Borgia perdió muchas cosas ese mes de agosto. Desorientado, quizá inseguro por primera vez en su vida, apoyó la elección de Julio II como nuevo papa, esperando que fuera suficiente para mantener los privilegios. Pero Julio II no tardó en despojarle de la región que había hecho suya y ordenar su detención. César consiguió huir a Nápoles, pero no había lugar en el que sentirse seguro. Su momento de gloria aparentemente eterna había pasado. César Borgia se había convertido en uno de los hombres más buscados del continente. Así fue como terminó en Navarra.

La inspiración de Maquiavelo

Terminó en Navarra porque, durante años, se hizo con muchos enemigos. Muchos historiadores han explicado ese carácter manipulador y cruel desde su misma niñez. Alejandro VI tuvo a bien educar a sus hijos sobre bases de intrigas políticas, manipulaciones, conspiraciones y traiciones. Lo cierto es que César Borgia se inclinó pronto hacia estos senderos. Su predilección por la política y por la guerra siempre fue evidente. Cuando comprendió que tenía talento para una y otra, dio la sensación de no tener límites.

Fue un hombre henchido de orgullo y confianza en sí mismo. Eso le permitió seguir una doble línea de actuación: era igual de hábil con una espada en mano que convenciendo a través de la palabra. Se ganó enemigos, pero también a muchas personas que se mostraron dispuestas a seguirle a ese reino sin límites. No guardó, en cualquier caso, lealtad absoluta hacia nadie que no perteneciera a su círculo más cercano, ni le tembló el pulso cuando tuvo que quitarse de en medio a antiguos aliados ya inservibles para sus propósitos.

Con todo esto, se ha hablado mucho de que César Borgia se convirtió en la inspiración directa de ese príncipe que Nicolás Maquiavelo describió en El príncipe, su obra más popular. Vivió en su tiempo y fue testigo de primera mano de sus artes, por lo que pudo escribir sin dificultad de la forma en la que César decidió vivir. Sin obedecer a otra cosa que no fuera él mismo y su concepción del poder, por inmoral que fuera. Por lo que ha trascendido de su figura, no hay espacio para pensar que César se arrepintió en algún momento de su vida de este camino tomado. Ni siquiera cuando, desnudo y despojado de todo, perdía la vida en ese campo solitario cerca de Viana.

Muerte por barro y traición

Viana conserva parte de su pasado
Viana conserva parte de su pasado | Shutterstock

Su rumbo en España, tras la persecución que sufrió en Italia, no parecía tener mejores expectativas. En primer lugar, fue encarcelado por Fernando el Católico en el castillo de la Mota, en Medina del Campo. El que fuera rey de Aragón, Castilla, ​Sicilia, Nápoles y Cerdeña, también de Navarra, no le perdonó la ambigüedad que mostró durante las guerras de Nápoles. Pero César consiguió escapar del gobernante y su guardia. Una noche de octubre de 1506, se descolgó de la torre del castillo, con ayuda de un criado, y huyó al norte de la península. Su cabeza tenía un precio, pero a César todavía le quedaban aliados.

En Navarra reclamó la protección de su cuñado, el rey Juan de Albret, último rey consorte del Reino de Navarra. Este agradeció tener cerca las artes guerreras de César, pues él mismo se encontraba en plena guerra civil desde mitad del siglo pasado. Navarra se debatía entre los partidarios de Juan y su esposa Catalina I de Navarra y aquellos que apoyaban al condestable del reino, el º, aliado de Fernando el Católico. César se convirtió, en esta tesitura, en capitán de los ejércitos de Juan de Albret. No duraría mucho.

En marzo de 1507 se puso al frente de una de sus primeras operaciones: conquistar Viana, estratégica ciudad que servía como frontera entre el Reino de Navarra y el de Castilla. César logró conquistar la población, pero el castillo, hoy desaparecido, aguantó sus acometidas. Fueron los últimos muros que las soportaron.

Cuenta la historia que el Conde de Lerín logró introducir a unos cuantos jinetes en pleno sitio. Aunque estos lograron proveer al castillo de todo aquello que necesitaban para seguir resistiendo, fueron descubiertos por el mismo César Borgia cuando abandonaban la misión. Olvidándose de su guardia, seguramente todo furia y desesperación, cayó en la trampa. Persiguió a estos jinetes y combatió con ellos camino adelante. Logró, incluso, acabar con la vida de varios, a pesar de su inferioridad numérica. Pero esta logró lo inevitable: César terminó siendo derribado con una lanza. No pudo volver a ponerse en pie. Los soldados navarros lo despojaron de todo lo que llevaba consigo y lo dejaron tendido bajo un peñasco, desangrándose y sin posibilidad de buscar auxilio. Tenía 31 años cuando murió, desnudo y cubierto de barro.

Iglesia de Santa María de Viana
Iglesia de Santa María de Viana | Shutterstock

“César Borgia, generalísimo de los ejércitos de Navarra y Pontificios, muerto en Campos de Viana el XI de marzo de MDVII”, puede leerse en el epitafio de la lápida que cubre su tumba. Se encuentra a los pies de la Iglesia de Santa Maria de la Asunción de Viana. Fue enterrado, en principio, en el interior de la iglesia, pero un obispo de Calahorra lo consideró una afrenta. Cómo un hombre tan despiadado como César Borgia podía descansar bajo el amparo de Dios. A mediados del siglo XVI, se removieron sus huesos y los colocaron en plena calle. “Para que en pago de sus culpas”, cuentan que se dijo, “le pisoteen los hombres y las bestias”.