Catedral de Cuenca, entre luces y sombras

En la catedral de Cuenca el silencio flota en el aire. Se siente en la piel, en la garganta. Asciende, moviendo sus invisibles alas hasta más allá de los confines del techo. La luz del exterior se cuela a través de las vidrieras tiñendo el aire de arte y colores. Las paredes transpiran momentos que vuelven entre claroscuros, como fotogramas traslúcidos proyectados desde el pasado. En la catedral de Cuenca, columnas, arcos y rosetones toman la palabra, testigos de una vida entera formando parte del templo. Fuera, el murmullo de la plaza mayor choca contra las doce puertas. Dentro, aguardan las marcas de los canteros que levantaron sus muros. Semiocultos en la penumbra, se preparan para guiar por los caminos que confluyen en su obra a todo aquel dispuesto a seguirlos.

La catedral de Leonor de Inglaterra

A modo de primera página de una novela histórica, la génesis de la catedral de Cuenca comienza con la llegada a la ciudad de un grupo de caballeros normandos. Junto a ellos se encontraba su reina, Leonor de Inglaterra, esposa de Alfonso VIII y hermana de Ricardo Corazón de León. Estos nombres, capaces de transportar a las imaginaciones más inquietas hacia mundos soñados, se vuelven tangibles y reales en la figura del templo.

Imagen nocturna de la Catedral de Cuenca, destacando el rosetón central

La catedral se ubica en el corazón de la ciudad, en la actual plaza Mayor, anteriormente conocida como plaza de Santa María o del Mercado. En ella se situaba la antigua mezquita, testimonio de un pasado musulmán con nombre propio, Conca. Una historia truncada por la llegada de Alfonso VIII, que devolvió la ciudad a manos cristianas el 21 de septiembre de 1277. Él mismo ordenó comenzar la construcción de la futura catedral en ese mismo lugar. El encargado de la primera consagración fue el segundo obispo de Cuenca, San Julián. Aunque la consagración definitiva a Santa María, por el obispo Rodrigo Ximénez de Rada, se produjo en el 1208.

Influencias nórdicas conviven con aires todavía románicos y el novedoso gótico. Es sencillo imaginar el bullicio, la llegada del material de los canteros y de los constructores ocupando los aledaños de la plaza. Al principio, durante los años 1182 y 1189, comenzaron a trabajar en ella maestros galos, que prosiguieron su labor a lo largo del siglo XIII. Reformas, posteriores construcciones y reconstrucciones condujeron, piedra a piedra, hasta la catedral que puede verse hoy en día. Una maravilla arquitectónica y artística que parece surgir, como un diorama, entre las páginas de un libro.

Vista lateral de la plaza mayor, las típicas casas coloridas y la catedral al fondo

La fachada de la catedral impresiona, enclavada en un conjunto igualmente impresionante. La plaza Mayor, con una forma irregular, influencia de las Hoces del Huécar y del Júcar, es el escenario principal de este casco histórico. Acompañada por el ayuntamiento barroco, del siglo XV y los alegres colores de las casas, ha sido testigo de la travesía inevitable hacia la modernidad. Pero allí permanece, como una suerte de Notre Dame española, mostrando y ocultando muchas cosas, por dentro y por fuera.

Luces y sombras

Hace sol y la piedra de la catedral parece cobrar vida. La fachada principal es la protagonista del cuadro, alzada sobre una escalinata para superar el desnivel con la plaza. Se distinguen con facilidad dos cuerpos. En el inferior se abren tres portales góticos formados por arcos ojivales y tímpanos. Por encima, el segundo cuerpo se presenta adornado por enormes ventanales en los lados y un gran rosetón en la zona central. Una bella forma de capturar la luz natural y traspasarla, por arte de magia, al interior. Más arriba, una galería de arcos acoge en su centro una imagen de San Julián. En los dos pináculos que parecen inconclusos, se intuye un deseo de continuar que nunca llegó a cumplirse.

Detalle de la zona central de la fachada de la Catedral de Cuenca, con la imagen de San Julián sobre el rosetón

Durante el siglo XVI el exterior catedralicio fue renovado casi completamente, tomando el control de los trabajos del nuevo claustro el renacentista Juan de Herrera. Más adelante, en el siglo XVIII, fachada y torres se recondujeron hacia el estilo barroco a través de otra reforma. Como resultado, se esfumó el aspecto concebido en su día por Fernando III. Pero los cambios no acabaron aquí. Sucesivas vicisitudes, hoy parte de la leyenda de la propia catedral, motivaron nuevas reformas. En primer lugar, a causa de un incendio que acabó con las dos torres y conllevó la reconstrucción por Juan Pérez en 1720, y la posterior de 1723 de Luis de Arteaga. Después, en 1902, a consecuencia del impacto de un rayo sobre la torre del Giraldo, se construyó la fachada que se conoce hoy. Después de aquello, ninguna de las seis campanas volvió a repicar jamás.

Imagen del interior de la catedral, con detalle de arcos y bóvedasPor su parte, el interior también ha pasado por múltiples cambios. En un principio, tres naves formaban la planta del templo, transformándose en cinco al llegar al crucero, prosiguiendo en cinco ábsides. Este marcado estilo románico se perdió en el siglo XV. La reforma acontecida en aquel momento convirtió los ábsides en una doble girola, quedando el crucero bajo una bóveda de influencia normanda. Entre la nave mayor y el crucero está la torre del Ángel, un faro que lleva al cielo. Finalmente se dibujó una planta de cruz latina con capillas a los lados, como la de los Caballeros o la de los Apóstoles. La mayoría fueron construidas en los siglos XVI y XVII siguiendo un estilo gótico, excepto la capilla mayor, fechada en el XIII.

Entre sombras, las entrañas de la catedral se van abriendo. Las motas de polvo bailan ante las miradas sorprendidas exigiendo mantener los secretos de su hermoso hogar. Desde la sala capitular, el coro o la sacristía mayor... Cada espacio su historia y cada historia su espacio, siempre tras el enrejado fabricado por los talleres de rejería conquense de la época. Una artesanía especializada en enjaular tiempo e historia. De la oscuridad va naciendo la luz a través de los vitrales abstractos instalados en el 1995. Obra de Gustavo Torner o Gerardo Rueda, entre otros, conforman una iluminación contemporánea en permanente conversación con el pasado.

Bajo una de las vidrieras, la de Esteban Giralte, se encuentra el arco de Jamete, una obra imprescindible del Renacimiento. Traspasándolo se abre el patio de la Limosna ante la hoz del Huécar. Allí, cuando atardece los pájaros vuelven a sus nidos construidos en las paredes rocosas, a la hora en que las leyendas empiezan a despertar.

Detalle del conocido Arco de Jamete en el interior de la Catedral de Cuenca

De leyendas y milagros

Las nubes que sobrevuelan la ciudad se detienen a conversar con las casas colgadas, a veces con el puente de San Pablo, cerca del convento del mismo nombre. Imitan las formas de esta ciudad encantada, rozan la torre Mangana, cubren de algodón los nidos de las cigüeñas… Las nubes que sobrevuelan la ciudad son nubes pasajeras que llevan y traen leyendas y palabras.

A veces, de las nubes llueven historias como la del Santo Grial. La copa sagrada que, se dice, sostiene uno de los doce ángeles que custodian los doce arcos de las naves de la catedral. Se trata de la única de las figuras que no porta un libro. Estos signos se unen a la coincidencia del libro del Apocalipsis y las profecías de Nostradamus. En ambos se describe un lugar en el que resguardarse del final asimilado, en muchas teorías, al templo conquense. La presencia templaria y del recipiente divino se deja entrever también en el escudo de la ciudad. En él se dibuja una estrella de ocho puntas encima de una copa.

La luz penetrando a través de las vidrieras de la Catedral de Cuenca

Pero no solo habitan la catedral mitos seculares. Hay además una corriente milagrosa de la que dar cuenta 33 días antes y 33 días después del solsticio de verano. En dichas dos ocasiones, los rayos del sol quedan alineados con la girola y las vidrieras. De ese modo iluminan el arca que contiene los restos de San Julián. Al mismo tiempo, desde los vitrales laterales el astro alumbra también el cuadro de la resurrección de Cristo. De milagros en la catedral podría dar fe Constanza de Aragón, hija de Jaime I. Su mala salud la llevó en peregrinaje a Cuenca en busca de una cura, siguiendo el consejo que San Julián le brindó en un sueño. Tras el viaje recobró la salud y celebró su boda con Federico, rey de Sicilia. Aunque esa ya es otra historia.

Han pasado siglos y las nubes continúan su viaje. Seguirán pasando y el viaje no habrá concluido. Queda mucho por descubrir en esta localidad al norte de Castilla La Mancha antes de despedirse del templo y su ciudad… Contemplar los rascacielos de San Martín y caminar por el barrio del castillo. Luego, pasar frente a las ruinas de la iglesia de San Pantaleón, saludar a la estatua de Fray Luis de León… Después, recorrer las hoces que rodean la ciudad antes de regresar a la catedral una vez más.

Panorámica de la ciudad de Cuenca, enclavada entre las hoces del Huécar y del Júcar, con el Puente de San Pablo sobre el río

Cualquiera que cruza sus puertas enseguida se percata de que no son necesarias revelaciones oníricas para apreciar un milagro atemporal. La belleza de sus formas, el misterio de su historia sobrecoge e hipnotiza a partes iguales. En la catedral de Cuenca el silencio flota en el aire. Se siente en la piel, en la garganta. Sobran las palabras cuando se contempla. Ese silencio que acompaña es el único sonido necesario.