“Ya nadie nace en Tabarca”

Desde el Mirador de la Cadena, a orillas del mar Santa Pola, apenas a cuatro kilómetros de Tabarca, la isla habitada más pequeña del Mare Nostrum.

Sin embargo, a pesar de la cercanía, la vida en uno y otro lugar discurre de formas muy distintas. Sobre todo en los meses de invierno. Porque Tabarca tiene dos caras. Una la muestra en la época estival, cuando las pequeñas dimensiones de la isla concentran centenares de turistas. Demasiados. Otra la exhibe tras los meses de verano, cuando septiembre se oculta entre la cotidianeidad de la vuelta a la rutina. ¿Qué pasa entonces? ¿Qué es de Tabarca cuando ya nadie mira, cuando ya nadie busca? Entonces otra isla asoma, una distinta. Vacía. Abandonada. Bella.

Faro de Tabarca
Faro de Tabarca. | Shutterstock

De 1000 a 20 habitantes

María del Mar Valera es la dueña del restaurante tabarquino El Mar Azul. Trabaja en él desde hace 50 años. Se dice pronto. También es presidenta de la Asociación de Empresarios de Hostelería de Alicante y la Provincia.

- ¿Eres de Tabarca o naciste en Alicante?

- De Alicante. Ya nadie nace en Tabarca.

Y es verdad que ya nadie lo hace. Cada año el número de habitantes permanentes de la isla baja. A mediados del siglo XX, Tabarca experimentó la que ha sido su mejor versión hasta el momento. Sus habitantes, que llegaron a alcanzar el millar, eran sobre todo pescadores y el turismo ocupaba un lugar secundario.

Pero en los años 50 la cantidad y la calidad del pescado descendieron considerablemente. Y en 1960 la almadraba de atún que había sido la alegría de los tabarquinos desapareció. Desde entonces, y a pesar del aumento de la oferta turística, la población fue descendiendo año a año. En 1970 eran 242. En el 2000, solo la mitad de aquellos 200 seguía viviendo allí. Y en 2019 tan solo quedaban 51. Josefa Ángel Ruso, criada en la isla y dueña del restaurante La Peara Tabarca, afirma que ahora, en invierno, apenas deben quedar 20 personas.

“Yo iba descalza y desnuda por las calles y no pasaba nada”

Del pasado en la isla nos hablan Josefa y María, aunque cada una lo hace a su manera. Josefa, que en realidad se presenta como Pepi, recuerda aquella época que se corresponde con su infancia con una tremenda ternura: “Eso era la gloria. Yo iba descalza y desnuda por las calles y no pasaba nada. Estábamos con las puertas abiertas y no pasaba nada”. “Yo quisiera volver a esa etapa”, añade con una mirada cargada de nostalgia. Su crianza en la isla, l’illa (como la llaman tabarquinos y alicantinos), vino dada por herencia. Sus padres, ambos, eran tabarquinos.

La historia de María del Mar es diferente. Su padre compró un restaurante en Tabarca cuando ella solo tenía cuatro años y toda la familia se mudó a la isla. A pesar de que era muy pequeña, María del Mar se acuerda del cambio de vida que aquello les supuso: “Llegamos a una isla en la que no había agua potable, no había luz, las condiciones para vivir eran muy duras acostumbrados a lo que teníamos en tierra”.

De la noche a la mañana, la rutina de María y la de sus padres y hermana cambió por completo. “Mi madre nos ponía a dormir la siesta tirados en el suelo o nos metía en barreños de agua que nos ponía al sol. Y allí nos quedábamos, porque no podía ni atendernos” , apunta la hostelera.

Una pedanía rural que carece de las necesidades básicas

Tabarca pertenece, administrativamente, al Ayuntamiento de Alicante. Se supone que se trata de una pedanía o una partida rural más. Sin embargo, no cuenta, ni de lejos, con las mismas comodidades ni servicios esenciales que cualquier otro municipio. Sin ir más lejos, no disponen de médico. Esto supone que durante al menos los meses de temporada baja la madre de Pepi no puede quedarse viviendo en el que siempre ha sido su hogar. “Vive en Alicante en invierno, porque ella sola no se puede quedar. En invierno no hay muchas posibilidades de transporte, ella sola está con las piernas que no puede…”, indica la tabarquina.

Tampoco hay colegio, por lo que cualquier familia con hijos que quiera residir en la isla tiene que llevarlos todos los días a Alicante. Pero esta opción tampoco está disponible, porque aunque hay muchos más barcos que antes, el servicio sigue sin disponer de la regularidad necesaria. De hecho, en septiembre de 2020 los vecinos de la isla se quejaron precisamente de esto, de que las pocas familias que vivían en Tabarca con hijos tuvieron que marcharse para que los niños pudieran ir a la escuela y los padres al trabajo. Al menos, eso publicaba el diario Las Provincias en una noticia.

Calle Tabarca
Calle de Tabarca. | Shutterstock

Antes, cuando María del Mar era pequeña, sí existía en la isla un pequeño colegio que agrupaba a todos los cursos en una misma clase. “Mi madre nos dejaba con las abuelas y íbamos al colegio [en Alicante]. Si había días que nos teníamos que quedar en la isla nos metíamos en el colegio de la isla” afirma la hostelera.

No es lo único que antes estaba y ahora no. La tabarquina asegura que antaño había establecimientos tan básicos como droguerías o tiendas de comestibles. “Pero poco a poco aquello fue desapareciendo porque en la isla en invierno no había nadie y el pueblo fue desapareciendo”, indica María. La pesca, que ya estaba muy resentida, se vio aún más afectada en 1986, cuando Tabarca pasó a ser la primera Reserva Marina de España. “Los pescadores pasaron también a ocuparse del turismo y prácticamente todas las familias de la isla vivimos de eso”, añade la hostelera.

Una isla que enamora

Pero no todo iba a ser malo, ni mucho menos. A pesar de las dificultades, ambas mujeres adoran esta isla que las vio crecer. Así, Pepi, los meses que vive en Alicante, se lleva Tabarca a su casa. La observa, aparte de en recuerdos, en los cuadros que tiene de l’illa por todas partes y que enseña con cariño y entusiasmo: “Mira los cuadros que tengo de la isla. Te enseño: este es el faro de Tabarca y ese es el que más me gusta. Mira, esta es Tabarca completa”.

Cada verano, las calles y las costas de esta pequeña pedanía alicantina se llenan de gente que va a disfrutar de la gastronomía, el buceo y las peculiaridades de Nueva Tabarca. Y entre los turistas, se cuela algún artista, algún enamorado (más) de la isla. Pepi señala que “hacían exposiciones de cuadros de gente que va allí a veranear, pintar y después hacen exposiciones de cuadros”. “Yo me los compré ahí”, añade.

Isla de Tabarca
Isla de Tabarca. | Shutterstock

Aunque en el caso de María obtenemos una visión más crítica acerca de sus vivencias en Tabarca, el amor por ella no es menor. “Yo soy una enamorada de la isla”, asegura. Una de las cosas que para ella tiene más encanto en Tabarca es el hecho de que no haya coches, “todo hay que hacerlo caminando”. Además, esto es un plus que sucede tanto en las temporada alta como baja. Pero, eso sí, en el segundo de los casos “esa soledad e intimidad con uno mismo que puedes encontrar allí no la encuentras en ningún sitio”.

De hecho, Tabarca ha sido una fuente de inspiración tanto para escritores como para pintores. Incluso hubo un tiempo durante el siglo XX en el que se la conoció como la Isla de los Poetas. Uno de los autores que paseó por sus calles fue Gabriel Miró, aunque el que puso este apelativo a Tabarca fue el poeta Salvador Rueda Santos. “Tiene la isla la forma de una guitarra: lo que es pecho fórmalo el agrupado caserío con la iglesia, que parece, en lo alta y corpulenta, la clueca cerca de la cual se agrupan los polluelos o casas. La parte baja del instrumento contiene el faro, la torre y los trigales abiertos como áureos tostaderos a la luz del sol”, escribió el autor.

El lado positivo de un temporal

Otro de los inconvenientes de vivir en una isla tan pequeña en los meses de frío es que los temporales pueden suponer un problema mucho mayor de lo que lo son en cualquier otro sitio. Porque una tormenta puede implicar que los barcos no puedan navegar. Y que los barcos no puedan llegar a Tabarca significa que tampoco lo harán los recursos más básicos, como la comida. Pepi recuerda que, aunque ella no estaba, “hace años hubo un temporal en el que estuvieron incomunicados y el helicóptero tuvo que llevar pan a la gente que había allí”.

Para María del Mar, es curioso, de lo mejor de la isla es precisamente esto: “que te pille un temporal”. “Lo bonito era que, aunque hubiese rencillas entre unos y otros, a la hora de la verdad todos ayudaban. Si había que sacar los barcos fuera, eran todos a una, lloviendo, con un fuerte viento…”, rememora la hostelera.

Isla de Tabarca
Isla de Tabarca. | Shutterstock

La isla de dos caras

Desde el Mirador de la Cadena, a orillas del mar Mediterráneo, se puede llegar a divisar, no demasiado lejos, una isla en toda su magnitud. En los meses de verano, si el observador cogiera unos buenos prismáticos, seguramente vería una gran cantidad de personas rebosando por las calles de la misma.

En los meses de invierno, sin embargo, la estampa que encontraría sería muy distinta: una isla desierta, apacible, abandonada. Y es en estos meses cuando Tabarca ofrece su mejor cara, la de las historias de Pepi y María, la de los poetas que se inspiraron en ella para escribir versos como los de José Albi: “Para que amor o eternidad callara/preciso fue que el mundo amaneciera./El silencio y el mar./Tabarca entera”.