Turismo sostenible: una aproximación a un concepto amplio y de actualidad

¿Qué es eso de turismo sostenible? ¿Es algo más que un concepto esperanzador, es algo más que un lavado verde? ¿Tiene una aplicación real o es solo un propósito bienintencionado pero vacío? ¿Es realmente posible implementar una nueva manera de viajar? Es lógico que surjan dudas. En un momento en que hablar de sostenibilidad se ha vuelto inevitable en muchos ámbitos, que se coloque el apellido “sostenible” a prácticamente cualquier nombre propio, turismo en este caso, puede causar recelos. ¿Es otro posicionamiento superficial ligado a los tiempos que corren, es ecopostureo? ¿Es una posibilidad real?

Tan grande es este concepto que cabe preguntarse si es siquiera posible. Hace tan solo unos meses, en abril de 2021, Reyes Maroto, Ministra de Industria, Comercio y Turismo, ofrecía una sentencia a este respecto. “El futuro del turismo será sostenible o no será”, dijo entonces. Estas líneas quieren acercarse a este discurso para analizar su presente y futuro.

Un concepto más amplio de lo imaginado

La Playa de las Catedrales, uno de los destinos más deseados por los viajeros. | Shutterstock

La Organización de las Naciones Unidas lanzaba, hace unos años, una previsión para el futuro inmediato. A finales de 2030, habrá 1.800 millones de personas desplazándose por el mundo. Estas cifras pertenecen a un mundo pre-pandémico, un mundo en que ciudades como Venecia se hundían con la llegada de inmensos cruceros, pero conviene tenerlas en consideración porque proyectan un escenario que tarde o temprano se abordará. El turismo se reactivará y los viajeros volverán a ocupar esos cruceros y también aviones, trenes y vehículos particulares, barrios, pueblos, ciudades y espacios protegidos. Poco a poco, las cifras crecerán. Con ellas, a menos que se ponga remedio, crecerá también la masificación de los lugares, la invasión a las comunidades locales, el mal aprovechamiento del patrimonio o la destrucción de los ecosistemas.

Como respuesta a todo lo mencionado y en estos tiempos de cierta pausa, el concepto de turismo sostenible ha cobrado fuerza. Según la Organización Mundial del Turismo, “es aquel que tiene en cuenta las repercusiones actuales y futuras, económicas, sociales y medioambientales, para satisfacer las necesidades de los visitantes, de la industria, del entorno y de las comunidades anfitrionas”.

El objetivo de este turismo sostenible es desarrollar un modelo de viaje que no explote los recursos medioambientales por encima de su límite de renovación, que genere un impacto positivo sobre las comunidades visitadas y que ayude a desarrollar la economía de los lugares receptores. Este concepto, por tanto, se desarrolla a partir de tres pilares fundamentales, los dos últimos generalmente desplazados del conocimiento general en favor de la preservación del medio ambiente. A este área se liga habitualmente lo sostenible, pero cuando se habla del concepto actual también se debe poner el foco en las personas.

Ya hace quince años, las organizaciones referidas mencionaban como necesario fomentar la prosperidad económica local, el bienestar de la comunidad anfitriona y la distribución equitativa de la riqueza que generan los viajes. Las actividades turísticas tienen que estar orientadas hacia estas sociedades, permitiendo la generación de empleo estable y respetando su patrimonio cultural. Así que el turismo sostenible no aboga solo por el cuidado de la Tierra: concede la misma importancia al cuidado y desarrollo de sus pobladores.

Ejemplos que ilustran conceptos

La fachada frontal de la Naveta des Tudons, un edificio con 2.000 años de antigüedad. | Shuttestock

Las imágenes de la gallega playa de las Catedrales atestada de personas o de la pintada en la Naveta des Tudons, que espera en Menorca ser declarada Patrimonio de la Humanidad junto a todo el conjunto talayótico, son un ejemplo del daño que puede causar el turismo. Dos imágenes que ilustran bien los problemas que existen.

La masificación tiene una repercusión medioambiental negativa, por el daño al ecosistema existente en el lugar o por las incorrectas adecuaciones de éstos a los deseos humanos. Los kilómetros de costa invadidos son un buen ejemplo de ello. Hace tres años, un informe de Greenpeace alertaba de que el litoral urbanizado en España se había duplicado desde 1988. Ese fue el año en que se publicó una Ley de Costas que pretende precisamente protegerlo. Por otro lado, ese graffiti de la vergüenza que tiñó un edificio de más de dos mil años de antigüedad señala la siempre preocupante destrucción de patrimonio histórico. ¿Qué quedará por visitar si a consecuencia de estos viajes se arruina el valor de los lugares?

Más problemas: los de esos barrios céntricos de grandes ciudades, como Lavapiés o Malasaña en Madrid, cuyas comunidades han sido desplazadas en favor de oleadas de forasteros. Por poner un ejemplo que concrete esta idea, los alquileres vacacionales localizados en edificios de vecinos no dejan de aumentar el coste de vida de éstos. La simple rutina puede verse resentida. Hace unas semanas, un turista del norte de Europa lanzaba una airada protesta en redes sociales porque en Portugal, como en España, la ropa se tiende en las ventanas. A su manera de ver las cosas, esto impide que los turistas puedan capturar una imagen estética de esos edificios. No se sienten viviendas sino atracciones. Todo esto es lo que no debe hacerse, ejemplos que ilustran una mala práctica a la hora de viajar.

En el lado de las ofertas también se encuentran grandes y graves errores. Al mismo tiempo que ese turista que pedía a los portugueses que dejasen de tender su colada, despegaban en Europa 18.000 aviones sin pasajeros. La Unión Europea establece que al menos el 50% de los vuelos programados por las aerolíneas deben realizarse si estas desean mantener sus espacios de despegue y aterrizaje en las pistas asignadas. Esta medida facilita que los viajeros puedan reservar sus vuelos a largo plazo, pero ha generado en los dos últimos años un enorme movimiento aéreo, contaminante y sin sentido.

Para atajar este problema del transporte aéreo se han propuesto varias medidas. Desde impuestos extra a las aerolíneas, por la contaminación causada, hasta impuestos ligados a los viajeros supercontaminadores, aquellos que toman aviones de manera frecuente. Según un informe de la revista Global Environmental Change, este 1% de los viajeros contamina más que el 99% restante. ¿Es la medida correcta, en cualquier caso, si hay un motivo de peso que exige esos viajes contantes? ¿Cuál puede ser la medida adecuada? ¿Restringir los vuelos? Más preguntas.

En busca de modelos sostenibles

Castillo de Torroella de Montgrí. | Shutterstock

Y alguna que otra respuesta. El pasado mes de enero, el grupo Air France-KLM comunicó la subida de precios en buena parte de sus billetes de avión. Su objetivo era financiar la utilización de combustibles sostenibles, que ascendería al 5% en 2030 y al 63% en 2050. Dos meses antes, un avión de Iberia surcaba el cielo entre Madrid y Bilbao para convertirse en el primer vuelo realizado con biocombustible producido en España a partir de residuos. La compañía indicó que se ahorró la emisión de un total de 1,4 toneladas de CO₂ a la atmósfera. Para el año 2030, esperan operar el 10% de sus vuelos con combustible sostenible.

El grupo Air France-KLM señalaba, a partir de este anuncio, que la actual producción mundial de combustibles sostenibles permitiría atender solo el 0,1% de las necesidades de la aviación. Es una cifra irrisoria. Se está trabajando para convertirla en la normalidad, pero se entiende el proceso largo que hay que afrontar. Hay un camino para la sostenibilidad en este aspecto, pero es un camino que cuesta dinero y años de dedicación.

También para los municipios hay un camino, apoyado en principio con inversiones del Gobierno. La mencionada ministra aseguró que el propósito del Ministerio de Turismo es invertir 1.900 millones de euros hasta 2023 para reforzar este modelo de sostenibilidad. Otro programa, el de Planes de Sostenibilidad Turística en Destino, busca apoyar económicamente a los lugares que ya apuestan por un proceso de transformación y adaptación. Parece, por tanto, que esta cuestión entra en la agenda de las instituciones, quizá el primer paso para avanzar.

Son varios los rincones que pueden señalarse como ejemplos del buen hacer, reconocidos también de manera internacional. La lista anual elaborada por Green Destinations ofrecía, entre sus cien destinos sostenibles, cinco nombres españoles: Menorca, El Berguedà, Las Terres de l’Ebre y Torroella de Montgrí en Cataluña, y Noja, en Cantabria. Su modelo, en cualquier caso, no ha podido analizarse a fondo, pues los municipios consultados no han atendido a este medio. Sí puede concretarse que a la hora de calificar un lugar como sostenible o no, son varios los aspectos en los que fijarse. La contaminación generada, la movilidad y el espacio para los peatones en las calles, la gestión de residuos, la capacidad para generar energía renovable o la cantidad y calidad de zonas verdes en el espacio urbano.

¿Qué se puede hacer como viajero?

La conservación de los ecosistemas queda, en buena medida, en manos del viajero. | Shutterstock

Lamentablemente, el viajero no siempre dispone de los medios necesarios para modificar su manera de moverse por el mundo. Sin ir más lejos, por economía y tiempo, evitar el desplazamiento aéreo es más una quimera que otra cosa. En este sentido, queda sobre todo en manos de las grandes compañías e instituciones el apostar por implementar los modelos responsables que se piden, virando poco a poco hacia las soluciones que empiezan a explorarse.

Pero, eximiendo al individuo de la mayor parte de la responsabilidad, sí hay varias posturas que pueden adoptarse. Comprar solo productos locales, la aplicación de las tres erres (reducir, reutilizar y reciclar), así como contribuir al cuidado de los ecosistemas (no llevarse conchas de las playas), son algunas de las más evidentes, pero otros pequeños cambios también generan un impulso positivo. Por ejemplo: no es necesario cambiar diariamente las sábanas o las toallas de un lugar en el que uno va a hospedarse durante varios días. Evitándolo se ahorrará agua y energía.

Escoger un lugar en el que hospedarse acorde a esta sostenibilidad es cada vez más sencillo. O cada vez menos complicado. Desde hace tiempo, los buscadores de alojamientos ofrecen la posibilidad de filtrar los resultados de tal modo que sólo aparezcan las ofertas que funcionan mediante un programa de sostenibilidad. Estos programas giran en torno al manejo de los residuos generados, la apuesta por los productos locales y de proximidad, la no utilización de plásticos o la reducción de gases de efecto invernadero. Aunque todavía no sea algo asumido de manera global, también el viajero tiene en sus manos ciertos recursos para contribuir a este cambio de modelo.

Turismo sostenible: ¿es posible?

Peregrino en el Camino de Santiago. | Shutterstock

Como viajeros, es posible adoptar medidas que ayuden a reducir la huella de carbono que generan los desplazamientos y las estancias en territorio ajeno. Ya se han repasado algunas de las posturas que pueden tomarse de manera individual. En ningún caso este esfuerzo individual debe menospreciarse ni menoscabarse, pero sí resulta insuficiente. Para tomar un camino hacia ese nuevo modelo se necesita un esfuerzo conjunto que vaya más allá de la responsabilidad del viajero. Son los grandes agentes del turismo mundial quienes deben dar el paso hacia este escenario.

Dado que hay ejemplos que demuestran que se puede, la conclusión es que eso que se ha llamado turismo sostenible es posible. Se basa en tres pilares que afectan a todos. En algunos lugares ya es una realidad, pero de momento no es, ni mucho menos, algo mayoritario.