Un paseo por Belchite: viaje a una de las batallas más cruentas de la historia de España

La primera vez que oí hablar de la batalla de Belchite fue en mi clase de Historia de España Contemporánea de la universidad. Se trataba de una asignatura que me gustaba mucho, no solo por mi interés genuino por esta clase de sucesos, sino también por la manera de enseñarla de nuestro profesor, Juan Andrés García Martín. Cuando además supe que el escenario de aquella terrible batalla se mantenía intacto en aquel rincón de Zaragoza, muy próximo a Calatayud, el interés aumentó: ¿Cómo sería pasear por las ruinas de una guerra? Cuando el docente pidió que hiciéramos un trabajo para la asignatura, no dudé: yo quería hablar y saber de Belchite y, no solo eso, quería verlo. Así empezó mi fascinación por este lugar, una fascinación que me llevó en su momento a viajar al escenario de aquella batalla y a escribir, ahora, este artículo.

Desde Nuevo Belchite hasta 1937

Llego a Nuevo Belchite una mañana de octubre de cielo encapotado con tiempo suficiente como para permitirme, antes de la visita guiada por Viejo Belchite, un paseo por este municipio, sucesor del antiguo pueblo. Porque cuando terminó la Guerra Civil se decidió no reconstruir la maltrecha localidad que había quedado así tras dos batallas, una en 1937 (la conocida como batalla de Belchite) y otra en 1938.

Franco pensó que Belchite sería una buena propaganda de lo que los rojos podían llegar a hacer y lo convirtió en símbolo. Paralelamente, para dar cobijo a los supervivientes belchitanos, el dictador mandó construir otro municipio: Nuevo Belchite, que sería erguido por las manos de, aproximadamente, mil presos republicanos. El nuevo pueblo se inauguró en 1954, aunque no fue hasta 1964 cuando se entregaron las últimas viviendas a los vecinos.

yugo y flechas
Huella que dejó el escudo falangista en una fachada de Belchite. | EG

Antes de caminar hacia el Portal de la Villa, lugar de partida de la visita, entro en la Iglesia de San Martín Obispo, enfrente de la Oficina de Turismo. Se trata de un edificio unido a una torre por una especie de arco. Haciendo tiempo, descubro en una de las fachadas de las casas del municipio una extraña huella que coincide con el yugo y las flechas del símbolo falangista a la perfección. “Aún todavía”, pienso para mí….

La hora de la visita se acerca y mi acompañante y yo decidimos emprender el camino hacia el Portal de la Villa. De camino, pasamos por unas calles perfectamente ordenadas, un estanque de considerable tamaño, un campo de fútbol y, otra vez, casas, esta vez de aspecto decadente. “Es la sede de las peñas”, nos explicará el guía más adelante. De repente, frente a nosotros se yergue un edificio de color rojizo, cuyo aspecto desentona entre el resto del paisaje. Unas pocas personas esperan a sus pies. Es el Portal de la Villa, o, lo que es lo mismo, una puerta de entrada al pasado.

portal de la villa belchite
Portal de la Villa: puerta a Viejo Belchite. | Shutterstock

La batalla de Belchite: un objetivo secundario de camino a Zaragoza

24 de agosto de 1937. La Guerra Civil española tenía ya un año de vida y el ejército republicano había decidido poner en marcha una nueva ofensiva, la del Frente de Aragón, que hasta entonces había estado dividido por una línea irregular entre los Pirineos y Teruel.

La ofensiva tenía un objetivo triple. Por un lado, atraer a efectivos franquistas a dicho frente para alejarlos del del Norte. Por otro, político: donde habían fracasado las columnas anarquistas se consideraba que debían triunfar las grandes unidades de inspiración comunista. Y, por último, el más importante: la conquista de Zaragoza, ciudad de gran importancia por su fabricación de municiones y por su trascendencia moral y religiosa para sus enemigos.

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Soldados republicanos marchando al pueblo de Belchite en 1937. | Josep Maria Sagarra i Plana - The Government of Catalonia, Spain - CC BY-NC-ND

Con esta finalidad, el Frente Popular organizó un semicírculo en torno a la capital aragonesa con la intención de cercarla hasta atravesar sus límites. Para poder cumplir con estas metas, los republicanos estructuraron sus tropas en torno a cuatro agrupaciones: A, B, C y D. La D tenía la misión de avanzar por la parte sur y sureste de la provincia zaragozana, entre cuyos objetivos estaba el que hoy nos concierne: Belchite. La orden fue no detenerse ante objetivos secundarios, premisa que, evidentemente, no se acató.

La soledad que solo se atreve a invadir un gato

Volvemos al presente, donde, nada más abrir el pórtico, el escenario sobrecoge. Silencio. Silencio en una calle en la que ya nadie vive, silencio entre los visitantes. Porque allí ya no pasan coches ni personas. Tan solo un gato despistado se atreve a invadir la soledad de este recuerdo. El rojo contrasta con la claridad del cielo gris, mientras nuestros pasos nos llevan a recorrer la vía principal: la Calle Mayor. “Los edificios no están así solo como consecuencia de la guerra, sino también como consecuencia del paso del tiempo”, advierte el guía.

Viejo Belchite
Un gato caminando por la Calle Mayor de Viejo Belchite. | EG

Otro factor más influyó en el estado ruinoso de Viejo Belchite: para construir la nueva localidad se utilizaron también materiales del anterior, como por ejemplo elementos de mampostería o de estructura. “Esa manera de destruir el pueblo viejo, visto desde ahora, parece reflejar el deseo de algunas personas de borrar el pasado, optando por dar la espalda al Viejo Belchite, e intentando reconstruir sus vidas después de la guerra”, indica Daniel Burston en su artículo Un viaje de memoria.

Sin embargo, las huellas de la guerra quizás sean las más evidentes porque se mire donde se mire los agujeros de bala o de proyectiles asoman entre las fachadas como si fueran las manchas de un leopardo. Al pasar por el antiguo casino, cuya pared sigue aún en pie, estos boquetes se hacen aún más evidentes. De repente, el sonido de un francotirador disparando desde el mismo no me parece tan lejano. Porque eso fue precisamente lo que pasó.

En la batalla de Belchite los combates entre atacantes y defensores se sucedieron no en frentes bien diferenciados, sino casa por casa, calle a calle. Era tal la confusión de las posiciones que, cuando los efectivos republicanos se hacían con el control de algún edificio, lo marcaban con banderas rojas, para que sus propios hombres no los bombardearan.

Tras andar unos pasos más, de la Calle Mayor surge una bifurcación que conduce al visitante hasta un nuevo edificio que se revela enseguida como una iglesia: la de San Agustín. En un lateral de la torre aún permanece incrustado un obús que, tiempo después, en el momento de escribir este artículo, será retirado.

Iglesia de San Agustín
Iglesia de San Agustín, Viejo Belchite. | Shutterstock

El inicio de la batalla de Belchite: un boquete en la Iglesia de San Agustín

31 de agosto de 1937. Tras una semana de asedio, el ejército republicano consiguió cercar a los defensores belchitanos, aunque aún no habían conseguido penetrar en el interior del casco viejo, donde me encuentro en el presente. Durante aquella semana, el calor y la sed fueron dos de los peores enemigos para aquellos que quedaron encerrados en el pueblo, que se encontraban totalmente aislados, sin comunicaciones ni posibilidad de adquirir suministros.

Por fin, el último día del mes, los republicanos consiguieron entrar en Viejo Belchite (entonces Belchite a secas), pero no lo hicieron por ninguna de las puertas que dan acceso al pueblo. No. La Brigada Lincoln, unidad integradora de las Brigadas Internacionales, se hizo paso a través de un boquete en la parte posterior de la Iglesia de San Agustín.

Con esta imagen en la mente, observo, ya en el interior del derruido edificio, que los arcos que siguen uniendo las paredes de la iglesia. El techo en esta zona es inexistente, así que el efecto que se produce es extraño, a veces incluso bello.

Un hospital improvisado que fue pasto de las bombas

Otro de los edificios de gran importancia de la zona es el de la Iglesia de San Martín de Tours, ubicada junto al Convento de San Rafael. Nada más ver el templo me acuerdo de aquella primera iglesia de Nuevo Belchite, de nombre muy parecido y de estructura, a simple vista, similar: un edificio de tejado triangular unido a una torre. Una especie de iglesia gemela que intenta sustituir a su hermana moribunda.

En San Martín de Tours, aún se puede apreciar la estructura del alminar almohade de la torre o, incluso, los detalles de las bóvedas de crucería, donde sobresalen las enormes aberturas que dejaron las bombas. Porque aquí, como a lo largo de todo el municipio, cayeron bombas.

San Martín de Tours
Cúpula de San Martín de Tours. | Shutterstock

Entonces otro flashback de un suceso que no he vivido me lleva a un tiempo que recuerdo solo por lo que he visto y leído. En mi mente, una iglesia aún con techos, aún sin boquetes en las bóvedas, siendo el hospital improvisado de los belchitanos y los soldados del bando sublevado. De repente, una bomba cayendo. El cielo sepultando para siempre a los que se encontraban dentro. Así fue como la Iglesia de San Martín de Tours se convirtió en lo que hoy es.

Los continuos bombardeos y enfrentamientos dejaron a su paso, además, un reguero de cadáveres que inundaron Belchite de moscas y hedor. No había tiempo para ocuparse debidamente de ellos. Los ataques no cesaban y eran más importantes los heridos que los muertos, los vivos que los caídos. Entre tanto desconcierto, las fosas se improvisaron: los alrededores de la Iglesia de San Martín y el pozo se convirtieron en tumbas.

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Iglesia de San Martín de Tours. | Biblioteca Nacional de España, Spain - CC BY-NC-SA.

La rendición del ejército golpista tras la batalla de Belchite

El día 5 de septiembre los focos de resistencia de los rebeldes se reducían a dos grupos. Uno se concentraba en el Convento de San Agustín. Mientras que el otro, más numeroso, hacía lo propio en torno al Ayuntamiento y la Plaza Nueva, donde resistían los mandos. A aquellas alturas ya se adivinaba el resultado de la contienda.

El ejército nacional había sobrevivido gracias a su superioridad aérea y había mantenido la moral porque se suponía que pronto recibirían ayuda de sus compañeros. Sin embargo, esta nunca pudo llevarse a cabo y no podía ignorarse el hecho de que eran muchos más los atacantes que los defensores: unos 8.000 hombres contra 2.200, mientras que la población civil ascendía a la cifra de 3.800.

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Prisioneros rebeldes tras la batalla de Belchite. | The Government of Catalonia, Spain - CC BY-NC-ND

Ante tal situación, el comandante de las fuerzas golpistas, Santa Pau, convocó una reunión. Desde la plaza Nueva el falangista comunicó tanto a vecinos como a militares la orden de romper el cerco republicano. A la par, propuso una alternativa: la de escapar aquella misma noche para aquellos que quisieran arriesgarse. Fueron entre 300 y 500 personas, según las fuentes, las que decidieron tomar esta segunda opción. Sobrevivieron unas 150. A la mañana siguiente, los nacionales decidieron rendirse. La batalla de Belchite, la primera de ellas, había acabado.

Un posit de color tierra

Desde la plaza Nueva observo, una vez más, el paisaje que me envuelve. Si dejo atrás el Portal de la Villa, veo una torre que destaca por encima del resto de las ruinas a apenas unos metros. Se trata de la conocida como torre del reloj, casi lo único que queda de la antigua Iglesia de San Juan. Un poco más adelante, se yergue una construcción que desentona con todas las demás. Hablo de la cruz de los caídos, esta vez ubicada en la plaza Vieja. Una cruz de hierro forjado construida, una vez más, por los perdedores de la Guerra Civil: el bando republicano.

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Torre del reloj junto a la cruz de los caídos en Viejo Belchite. | Shutterstock

Mis ojos ven, en este presente, un lugar que pretende ser, lejos ya de la premisa de Franco, memoria de lo que nunca más debería de volver a suceder. Como un posit de color tierra. Pero mi mirada es de color sepia, porque puede imaginar aún las 5000 víctimas que perecieron en las entrañas de Belchite. Antes de salir, antes de volver del todo al presente, las letras de poetas como José Antonio Lanordela despiden al visitante. Un visitante que acude a casa con el corazón manchado de blanco y negro.

“El árbol se levanta sobre la tapia hundida.

El viejo campanario -la paloma que había

huyó bajo la guerra- está desierto:

Todo es la sombra”.