Granadilla, una solución técnica

Embargal esi sacho de pico / y esas jocis clavás en el techo / y esa segureja / y ese cacho e liendro...”, así suena uno de los versos del poema El Embargo, escrito por José María Gabriel y Galán a finales del siglo XIX. Estas palabras, en altoextremeño, nos trasladan hasta la pena, el desasosiego, la resignación serena que acompañaba a los embargos en nuestra España rural. Es curioso, pues fue precisamente el nombre del poeta, Gabriel y Galán, el que bautizó al pantano por el que los vecinos de Granadilla debieron abandonar sus hogares tras una expropiación forzosa.

Pasaron casi 15 años hasta que se hizo efectivo: desde enero de 1950, cuando se tramitó el primer Decreto, hasta noviembre de 1964, fecha límite que se les concedió a los vecinos para abandonar el pueblo. Lo abandonaron, pero nunca lo olvidaron. “Ya que nos van a evacuar / como hoy podemos ver / nunca debéis olvidar / al pueblo que os vio nacer / bien a pesar nuestro / es tenerlo que abandonar”, escribía, por su parte, Valentín González, poeta local. Granadilla fue abandonado, pero ninguno de sus habitantes quiso que así fuera.

La Granadilla habitada

Granadilla
La antigua villa amurallada de Granadilla, al norte de Cáceres. | Shutterstock

Antes de que fuera declarada zona inundable a raíz de las obras del embalse, antes incluso de aquellos siglos en los que vivió Gabriel y Galán, Granadilla era una localidad llena de vida. Con voto en Cortes, siendo un paso obligado en la antigua Vía de la Plata. Declarada Conjunto Histórico-Artístico desde 1980, las ruinas de su antaño orgulloso castillo y la impresionante muralla del siglo XII que todavía puede disfrutarse nos hablan de una época de esplendor. Granadilla se llamó, una vez, simplemente Granada.

Pero la vida se truncó a mediados del siglo pasado, cuando la construcción de este pantano obligó al abandono del pueblo. Sus habitantes, familiares y vecinos, tuvieron que dejar atrás no solo sus hogares: también las relaciones que los unieron. Se marcharon, y la naturaleza devoró lo que con tanto mimo habían construido, haciendo creer al tiempo que Granadilla había caído en el olvido. No fue así: aquellos que todavía viven no han olvidado sus raíces ni las formas de la muralla de Granadilla.

vista antigua de Granadilla
Vista antigua del paisaje de Granadilla | Shutterstock

Nos cuenta José Félix Ruiz Carrero que su madre, María Caridad Carrero Muñoz, no conserva muchos recuerdos de aquella época, pero esto no significa que sus pensamientos hayan abandonado la que siempre será su tierra. María Caridad pasó por diferentes puntos de la geografía española, hasta que finalmente se estableció en Plasencia. Cada año, el 1 de noviembre, sigue visitando Granadilla, acompañada de su familia. Todavía queda vida en el lugar, pero también, todavía, busca a aquellos que perdió.

“Era un pueblo pequeño, de unos 1100 habitantes, pero a la vez muy bonito”, explica José Félix, hablando con la voz de su madre. “Tuvieron que salir de allí porque decían que lo iba a anegar el pantano, cosa que no fue así. Lo único que anegó fue el cementerio y algunas tierras. Mi familia salió de Granadilla en los años 50, al igual que otros vecinos que también salieron en distintos años. Se fueron a distintas poblaciones, y es por eso que muchas familias perdieron el contacto”, concluye. Hay nostalgia y tristeza en las palabras de José Félix, pero él mismo nos habla del renacimiento y de lo sorprendentemente bonito que es Granadilla. “Lo están reformando estudiantes de distintos lugares”, nos cuenta, y en sus palabras vive la mejor manera, quizá la única, de reconciliar pasado y presente.

Una nueva vida para Granadilla

Castillo de Granadilla en Cáceres, una escapada para huir de la Navidad
Castillo de Granadilla | Shutterstock

Granadilla pertenece, desde 1984, al Programa de Recuperación de Pueblos Abandonados. Desde hace unos años, forma parte de un proyecto educativo que tiene como objetivo promover el respeto y el disfrute de los espacios naturales. De nuestro patrimonio y de las propias experiencias de los jóvenes que participan en el programa. Promovido por el Ministerio para la Transición Ecológica, el Ministerio de Fomento y el Ministerio de Educación y Formación Profesional, este proyecto, destinado a institutos de toda España, ofrece la posibilidad de convivir unos días bajo el abrigo de esa muralla eterna.

Reconstruyendo, aprendiendo, cuidando, conservando y disfrutando del pueblo y sus espacios naturales, en una nueva era para todos. Se enseña a los jóvenes cómo vivieron los últimos habitantes de Granadilla, y se afianzan los principios que deben regir el mañana. Estos estudiantes inscritos en el programa, además de conocer su historia, nuestra historia, tienen la oportunidad de construir una nueva; una que camina dando la mano al mundo rural y a la naturaleza, sin olvidar los orígenes pero proyectando un futuro deseado.

El programa abarca cuatro grandes áreas de actividad: la recuperación cultural y el mantenimiento de los pueblos, la educación ambiental para lograr un desarrollo sostenible, la salud individual, y la animación y la convivencia. A este respecto, se celebran talleres de carpintería, cerámica, expresión corporal, danzas o reciclaje. La respuesta de esos jóvenes que dan una nueva vida a Granadilla no puede ser mejor, nos cuenta Luis Cano, coordinador de este Programa de Recuperación y Utilización Educativa de Pueblos Abandonados, conocido simplemente como PRUEPA. “La verdad es que todo el mundo tiene un recuerdo realmente sorprendente de su participación en el programa”, explica. Y continúa: “es muy vivencial. Conviven allí con gente que conocen y también con gente que no conocen, pero en una semana da tiempo a que se establezcan relaciones interpersonales y emotivas”.

Castillo que ver en Granadilla
Castillo de Granadilla | Shutterstock

“La verdad es que es un programa muy completo. Muy completo, por un lado, educativamente, pero además creo que tenemos la ventaja de que toca emociones, toca conocimientos, toca muchas habilidades”, explica Luis. Y señala después esa diversidad: “se desarrollan muchos trabajos muy diferentes. Por ejemplo: por las mañanas, los grupos, rotando, pueden pasar de ser albañiles a mantener los ambientes que usan, o realizar agricultura y jardinería ecológica, o ganadería ecológica”. Granadilla, antes de cerrar sus puertas debido a la crisis sanitaria, tenía plazas para 75 personas. Lo que se vive durante esos días en este pueblo junto al embalse que le vio morir es histórico, porque ese mismo embalse ahora lo observa vivir de nuevo. Vuelve a haber vida en las calles de Granadilla, siempre con el recuerdo del lugar que fue un día.

Vida también potenciada por el turismo. Hablamos con Noelia Parra Jiménez, que gestionó “Granadilla Viva”, una pequeña empresa dedicada a conocer el pueblo, su historia y la zona. Su abuelo, nos cuenta, vivió en Granadilla durante los últimos diez años, y con él han vivido las historias hasta llegar a su nieta. “El turista medio no suele entender por qué hay un monumento artístico tan potente y por qué no lo explotan”, nos cuenta, reflexionando sobre la reacción de los turistas que visitan Granadilla. Todavía no se conoce esta hermosa villa como se debiera, pero aquellos que la han visto coinciden: es muy bonita. “Se quedaban impresionados por lo que había ahí y por la poca explotación turística que tiene”, explica.

Pero, cada vez más, en los últimos años, Granadilla ha sido descubierta. Y revitalizada. No se pueden devolver las vidas perdidas, pero podemos confiar en que otras nuevas tendrán su oportunidad. Durante casi treinta años, no fue más que un recuerdo entre quienes vivieron en la villa. Un recuerdo, como decimos, devorado por la naturaleza, abandonado a ésta, casi perdido. Pero renació. Renació y renace, de muchas maneras diferentes. Con esa visita el primero de noviembre de quienes nunca lo olvidaron. También con ese futuro proyectado por unos jóvenes que, quién sabe, tal vez un día habiten en un lugar semejante. Y con los turistas interesados, que se quedan estupefactos ante la belleza imperecedera de Granadilla. Como nos dijo José Félix: si algún día la visitáis, os vais a sorprender.