Anfiteatro romano de Tarragona, antiguo y eterno

Dicen que todos los caminos conducen a Roma y casi que uno puede creerse esta expresión. Al menos, cuando echa un vistazo a su alrededor. La historia, cultura y sociedad de los romanos se siente todavía en prácticamente cada rincón de la península ibérica. Si la impresionante muralla de Lugo desafiaba con su imponente forma toda concepción formada sobre la decadencia y el paso del tiempo, en esta ocasión el anfiteatro romano de Tarragona obliga a dirigir la mirada de nuevo hacia el imperio.

Roma, en esta ciudad catalana, se siente especialmente. Tarraco fue uno de los primeros asentamientos romanos de Hispania. En sus calles todavía se encuentran huellas de la fuerza, el poder y el esplendor que vivió el imperio hace veinte siglos. Veinte siglos y el anfiteatro sigue en pie, resistiendo como puede a ese paso del tiempo y al del hombre. No vive su mejor época, quién la vive en estos tiempos que corren, pero un día la vivió. Vio grandes festividades, espectáculos y episodios sangrientos. Estos dos últimos, siguiendo la moda romana, muchas veces coincidían.

Puede que sus formas imponentes no sean las que fueron, pero, como bien apunta otro dicho, quien tuvo, retuvo. Y este monumento retiene. Retiene muy bien.

¿Por qué fue importante el Anfiteatro?

Anfiteatro romano de Tarragona

Si la lucha de gladiadores nació como una especie de ritual funerario entre los etruscos, según señalan algunos estudios, podría decirse que los romanos lo adoptaron y lo hicieron evolucionar. O, quizá, involucionar. Porque los etruscos, pueblo latino vecino de Roma, querían honrar a sus muertos con esta actividad violenta. Pero el Imperio Romano buscaba, sobre todo, entretener al pueblo. Buscaba un espectáculo, como lo es ahora un partido de fútbol. Poco a poco se convirtió también en una herramienta política. Los organizadores de estos torneos de dudosa moral, alimentados por las conquistas imperiales y el mismo pueblo, podían enriquecerse o arruinarse. Ser aclamados o repudiados.

Los combates de gladiadores se extendieron y se popularizaron desde el siglo III a.C.. Cómo no, acabaron llegando a Tarragona. Así que la principal función de este anfiteatro romano está clara: acoger las luchas de gladiadores. Da igual que fuera entre esclavos o bien contra animales. También fue tenido en consideración para celebrar ejecuciones públicas. En el año 259 d.C. queda el mejor ejemplo. El obispo Fructuoso y sus diáconos, Augurio y Eulogio, fueron quemados vivos por orden del gobernador de la ciudad. En plena persecución contra los cristianos, este acontecimiento fue, de hecho, todo un acontecimiento. Así eran los romanos.

¿Cómo empezó su historia?

Anfiteatro de Tarraco

Fue construido en el siglo II cerca del mar, aprovechando el nivel del terreno y la roca para levantar las gradas. Hay que estar agradecidos, pues esta ubicación permite que hoy en día se disfruten de unas vistas de campeonato. Esta inmensidad de las aguas tranquilas encaja muy bien con el gran tamaño del edificio. También, por contraste, con lo diminuto que se siente el ser humano contemplando uno y otro. Atrás queda la ciudad. Más bien, atrás quedó antaño, pues en la época en la que fue levantado se decidió ubicarlo fuera del recinto de la ciudadela, aunque muy próximo a la Vía Augusta.

Los romanos no pensaban tanto en las vistas que conllevaba esta decisión como en la facilidad con la que podrían transportar a las fieras desde la playa hasta el anfiteatro. Sus terrenos quedaron, por lo general, muy vistosos, pero eran sobre todo prácticos. Este anfiteatro tiene forma ovalada y mide casi 109,5 por 86,5 metros. Tenía capacidad para acoger entre 12.000 y 14.000 espectadores que se distribuían en un graderío con la división clásica de tres cáveas. Esos pobres gladiadores tenían su público, desde luego.

¿Cómo ha llegado hasta nuestros días?

Vistazo más cercano al anfiteatro romano

El anfiteatro de Tarragona ha sufrido remodelaciones desde su misma construcción. Ya en el siglo III, durante el mandato de Heliogábalo, se revistió el podio con placas y se añadió una enorme inscripción que daba la vuelta a todo el perímetro de la arena.

Esto no es más que una anécdota, en cualquier caso. Los verdaderos cambios en el escenario nacido para acoger a los gladiadores llegaron más tarde, cuando el imperio ya no era más que el pasado. En el siglo VI se construyó en el interior del anfiteatro una basílica visigótica. Posteriormente, en el XII, sobre ella se levantó la iglesia de Santa María del Miracle. Sus vestigios todavía son visibles, concediendo al ruinoso conjunto un aspecto de lo más curioso, que evidencia el paso del tiempo y esa mano del hombre.

Hasta el siglo XVIII, el anfiteatro también tuvo vecinos. En el siglo XVI, frailes trinitarios se decantaron por el lugar para establecer un convento. Su historia, como se ve, no parece tener fin. El hombre siempre ha encontrado la manera de estirarla.

Así que este anfiteatro de Tarraco ha sido zona de recreo del pueblo romano, lugar de ejecuciones públicas y guardián de edificios cristianos. Con todo, ha llegado regular hasta nuestros días. En el pasado 2018, el Ayuntamiento de la ciudad estudió derribar parte del graderío después de que un informe concluyese que podía representar un riesgo si su estado de conservación empeoraba. Ese mismo año, 2018, 200.000 visitantes acudieron a contemplar con sus propios ojos este lugar, confirmando que el Anfiteatro romano de Tarragona interesa y mucho. Por eso hay que cuidarlo.

¿Por qué nos sigue alucinando?

Panorámica del anfiteatro

Porque es historia viva. Porque es uno de los mejores ejemplos del paso del gran Imperio Romano por la Península Ibérica. También porque da la sensación, como sucede con estos grandes monumentos de la antigüedad, de que nunca se terminará de saber todo sobre él. De que profundizando un poco más, indagando, se descubrirá un nuevo detalle de esa sociedad que conquistó continente y pico. Que fue capaz de dejar joyas arquitectónicas en cada lugar que hizo suyo, como sucede con Tarraco.