Cuando la picaresca española venció al Dragón de Oroel

Bien podría haberse escondido el dragón protagonista de esta historia a la sombra del Aneto, que según la leyenda es el gigante Netú convertido en piedra. Hubiera sido un crossover interesante y seguro que hubiera tenido ayuda fantasmal de su compadre no-humano. Pero la criatura escupefuego estuvo sola, pues estableció su hogar entre las grandes rocas de la Peña Oroel, que es hoy en día una de las rutas de senderismo más populares de los Pirineos. Porque no hay dragones que valgan, claro, sino habría que ver quiénes serían los valientes que se atrevieran a visitarla.

A medio camino entre Jaca y Bernués, este monte de casi 1.800 metros de altitud albergó en su día, según el folclore de la zona, esta mezcla entre dragón de Juego de Tronos y basilisco de Harry Potter. Ya estaba todo inventado por entonces, también la apreciada picaresca española, esa que históricamente ha librado a los habitantes de este país de destinos aciagos. Aquí un ejemplo más.

La picaresca española

Paisaje de la Peña Oroel

Érase una vez un dragón. Este dragón vivía entre las grandes rocas de la Peña Oroel, atemorizando a los habitantes de los valles cercanos. El dragón tenía que comer, claro, así que hacía estragos en el ganado, robaba niños inocentes, masacraba núcleos de población. Lo típico en los dragones, siempre propensos a cometer actos apocalípticos, bárbaros, catastróficos. Dantescos, espeluznantes, fatídicos. Grotescos.

Los habitantes de los valles de los Pirineos vivían atemorizados. Pero toda leyenda que se precie, así como un villano tiene que tener también un héroe. Aunque parece que uno se ha acostumbrado a él, en esta ocasión, sintiéndolo mucho, no es Hércules. Es un caballero anónimo de Jaca que además, antes de ser héroe, fue delincuente. O, al menos, así fue juzgado.

Este hombre se encontraba en la cárcel por su buena relación con las brujas del valle. La brujería, por entonces, estaba regular vista. Todavía no había llegado Sabrina, Cosas de brujas para cambiar la perspectiva, así que todo aquel que tenía un trato cercano con estas mujeres era condenado. En esas estaba el caballero cuando se le encomendó la misión.

Una misión que él mismo propuso: si conseguía dar muerte al dragón, entonces él obtendría la libertad. No parecía un trato muy prometedor, pues ya se había intentado antes sin buenos resultados, pero este caballero se guardaba un as bajo la manga. Las brujas, sus amigas, eran también unas chivatas, así que compartieron con el héroe el gran secreto del dragón, la clave de su poder: hipnotizaba a sus rivales con la mirada. En plan basilisco de Harry Potter, pero un poco más light.

Vistas desde el borde de Peña Oroel

Con ese secreto como arma principal, el caballero preparó su emboscada. ¿Cómo? Tirando de picaresca española. No podía enfrentarse al dragón con un arma convencional, porque la criatura le superaba en todos los aspectos destacables posibles, pero sí podía engañarlo. Engañarlo a la española. Así que decidió pulir su escudo hasta convertirlo, prácticamente, en un espejo. Y con estas marchó a la Peña Oroel.

Cuando llegó a la guarida de la bestia, esta estaba dormitando. Poco a poco, seguramente sintiendo al caballero, se desperezó. La reacción del dragón fue rápida: atacar. Pero en su ataque se vio reflejado en ese escudo preparado para el engaño. ¿Resultado? Se hipnotizó a sí mismo. Así cayó al suelo, paralizado, y fue entonces cuando el caballero consiguió dar muerte al terrorífico dragón.

Otra versión del engaño

Peña Oroel cubierta de nieve

Es posible apoyarse en otra versión para narrar el final del Dragón de Oroel, pero lo cierto es que el asunto no termina mucho mejor para la pobre criatura. Si en la anterior narración popular era un escudo bien pulido lo que hacía que terminase desgraciado, en esta su perdición es la evolución de ese escudo ultra abrillantado.

El protagonista de esta leyenda complementaria era también un caballero, aunque de procedencia indeterminada, que debía estar muy convencido de las deficiencias del dragón. Y es que, según cuentan, antes de lanzarse a su caza mandó fabricar un gran espejo, un espejo gigante. Nada de armas y artefactos que pudieran hacer verdadero daño al dragón, no. Un espejo. Prioridades.

Con este espejo marchó hacia la Peña Oroel. Cuando este olió su presencia y le salió al paso, lo que vio, sin embargo, fue su propio reflejo en ese espejo gigante. Aquí entran las deficiencias del dragón: en lugar de comprender lo que estaba pasando, creyó que se trataba de otro dragón atacándolo. Así que abrió sus fauces para defenderse, pero el caballero retiró su arma principal, el espejo, y le clavó su arma secundaria, una espada, en la garganta. Así terminó su vida. Como ya se ha dicho, no es un final mucho más honorable para la bestia, que en cualquiera de los dos casos fue dramáticamente engañada.

En este último caso no hay hipnotismo que valga, ni tampoco brujas chivatas. Muestra, sin embargo, uno de los elementos más interesantes del folclore: su evolución en el tiempo y sus muchas bifurcaciones. Aunque para bifurcación la que llevó a cabo el siguiente protagonista de Leyendas de los Pirineos. Un francés, nada menos.