El Nuberu, el señor del trueno asturiano

El cielo se cubre sobre el valle de Ardisana. A 20 kilómetros del lugar, los habitantes de Llanes observan cómo las nubes toman forma hasta volverse una masa única, que por momentos resulta infinita, imposible de derrotar. La zona occidental de Asturias vuelve a ser presa, víctima, de la tormenta. Un asturiano se pregunta quién habrá ofendido de aquella manera a Nuberu. Otro prepara su paraguas, por si hubiera que acudir a la iglesia para espantarlo con ese sonido de las campanas que tanto detesta. Dos amigas pronuncian, con una sonrisa pero temblando de frío, abandonando las calles de la pequeña aldea para refugiarse en casa, el conjuro que desde niñas aprendieron para alejar la furia del cielo.00

La fina lluvia del principio se confundía con la niebla, pero ésta va desapareciendo y la primera empieza a caer casi con rabia. En horas así es fácil creer en la existencia de los dioses más crueles.

"¿Quién habrá ofendido a Nuberu de esta manera?", se han preguntado en el lugar durante siglos. Sin llegar a ponerse de acuerdo sobre su aspecto físico, pues los testimonios se confunden entre la niebla, la lluvia, el miedo y el tiempo, es de conocimiento general que este señor de los cielos lleva siempre un sombrero negro de ala ancha. Para algunos un gigante, capaz de dominar esas nubes infinitas, siempre montado en una, dotado con una fuerza tal que puede destruir un asentamiento entero al compás de sus deseos. Para otros un enano, deforme y astuto, capaz de escabullirse sin que nadie repare en su presencia, quizá por estar demasiado pendientes de ese cielo que cae sobre ellos.

Gigante o enano, con una gran barba y con un manto de pieles por todo abrigo, Nuberu domina a los habitantes del valle desde las alturas. Decide sobre quién llueve, sobre quién brilla el sol, quién tiene el derecho a vivir un día más y quién, por su maldad, está condenado a una existencia encapotada.

Valle de Ardisana, en Asturias | Shutterstock

La ofensa y la recompensa

Su propia existencia, según se ha sabido siempre, está ligada a Egipto, donde vive con su familia. Esposa, hijos y un criado lo ven partir cada día y lo observan regresar con la luz de la tormenta en sus ojos. Nuberu, dicen algunos, no quiere ser malvado, pero ha de impartir justicia sobre los hombres. El señor de la tempestad, de la lluvia y del granizo carga sus nubes y busca un lugar para que éstas se desahoguen, como si él mismo llorara la pena y la rabia que siente al ver tanta maldad. Porque Nuberu ve la maldad en los hombres. Es más, Nuberu pone a prueba la maldad, o la bondad, de los hombres.

¿Quién habrá ofendido a Nuberu de esta manera?, se preguntan los asturianos, un día más, observando el cielo. Temiendo al cielo. ¿Quién habrá molestado al Señor del trueno para que decida descargar su furia sobre el valle? ¿Tal vez un aldeano que no le concedió la ayuda solicitada? ¿Quizá una mujer ocupada en sus tareas que rechazó dedicarle el tiempo que precisaba? ¿Y si fue a causa de un joven que esquivó su mirada confundiéndole con un mendigo que no merecía su atención? El tiempo avanza, y la tormenta estalla. Nuberu, se dicen unos a otros en el valle, no va a perdonarnos esta vez.

Camin Encantau, en Asturias, donde encontramos el Nuberu | Shutterstock

Nuberu, cuenta un aldeano a su nieta, no es un ser malévolo. Si acaso, explica pausadamente, bajo la atenta mirada de la niña, es el hombre el que lo es. Aunque, añade, quizá lo que ocurra es que no siempre saben cómo responder ante el cielo, tan preocupados como están tratando de responder ante sí mismos. Nuberu también los protege desde hace siglos, continúa el anciano, persiguiendo las gotas de lluvia que resbalan por la ventana frente a la que están sentados. El valle está en silencio, salvo por los alaridos de su justiciero. ¿Estaremos bajo su protección?, se pregunta el hombre, que en verdad se siente protegido entre esas paredes en las que ha vivido toda una vida.

Abraza a su nieta, y le explica que Nuberu sabe recompensar a los hombres y las mujeres que tienden su mano al resto, que ofrecen su hogar o sus bienes a quienes están perdidos, desprotegidos y solos. Los protege contra todo, exclama, y su nieta da un salto sobre sus rodillas. Los avisa de tormentas como la que están presenciando, facilitando así que se pongan a salvo. Incluso, susurra, ayuda a los compatriotas que se aventuran en las lejanas tierras africanas, donde ha vivido siempre. Y cuando su nieta le pregunta si alguna vez ella podrá visitar esas tierras, el hombre la abraza más fuerte y le dice que sí, pero que no encontrará una belleza semejante a la de ese valle, por siempre vigilado y protegido, maldito y también recompensado.

Tan antiguo como el mismo tiempo

Soy el Nuberu. Yo mando sobre la lluvia y los vientos. El relámpago es mi látigo y el trueno mi voz. ¿Quieres llegar seco al final de tu camino? Pues respeta la naturaleza o tendré que enfadarme”, puede leerse en ese mismo valle, en el Camin Encantau. Allí descansa su rostro junto a otros seres tan antiguos como el tiempo, algunos ligados, como este Señor del Trueno, a la naturaleza misma. A este pequeño rincón del mundo mágico y bello, eterno como el tiempo, infinito como esas nubes que, parece, nunca se marcharán del todo del valle. Ni siquiera cuando la tormenta justiciera da un respiro. Quizá esas nubes viven a la espera de un nuevo deseo de su señor del cielo.

Alex Miklan