Viaje al auténtico color de Sevilla

Ahora que el frío ha llegado recuerdo el calor. Ahora que el cielo se nubla pienso en el sol de Sevilla en un mes de mayo que parecía eterno. Ya tenía la fortuna de conocer la ciudad del color especial, pero no fue hasta ese momento, hasta ese viaje, cuando me hice la pregunta que quizá todos los que alguna vez han reparado en la ciudad andaluza se han hecho: cuál es realmente el auténtico color de Sevilla.

Una ciudad acosada por un astro

Setas de Sevilla. | Shutterstock

El helado de chocolate que me estoy comiendo al amparo de las archiconocidas, y discutidas, setas de Sevilla, me hace pensar que esta ciudad es marrón, porque no existe en ese momento ningún otro elemento de mayor importancia. Hace un sol de justicia. La primavera llegó hace tiempo a la ciudad andaluza, las chaquetas sobran, se necesitan helados.

Las setas de Sevilla son de madera, así que también podrían ser marrones, pero tienen en cambio un tono beis, crudo. Tiempo después de ese viaje primaveral leí que esta escultura, proyectada por el alemán Jürgen Mayer, es la estructura de madera más grande del mundo. Vista desde abajo, se presenta inmensa, imponente y algo fuera de lugar. No chirría entre los tonos de la Sevilla del barrio de la Encarnación, pero tampoco parece pertenecer del todo a esa ciudad. Es ya, en cualquier caso, un símbolo, y como tal la observo. Aunque viéndolo todo, todavía, un poco marrón.

Catedral de Sevilla. | Shutterstock

La Santa, Metropolitana y Patriarcal Iglesia Catedral de Santa María de la Sede y de la Asunción de Sevilla es mucho más oscura. Es una mole de color tierra que hace sentir pequeño a cualquiera, sobre todo bajo su Giralda. De color albero, de color feria andaluza. Cuesta rodear el monumento. Es un gusto hacerlo. El sol se cuela entre las torres más altas, y tal vez ese sea el color de Sevilla: el que proporciona un sol que parece buscar estar siempre presente en esta ciudad. No puede dejarla en paz, y lo entiendo.

Una vez dentro, la catedral es aún más oscura, lo que no significa que esté hecha de tonalidades grises sino que es tan grande que es imposible iluminarla por completo. El astro sigue queriendo estar presente. Se cuela a través de las preciosas vidrieras, las más antiguas del siglo XV, creando bonitas formas y jugando con las tonalidades propuestas por el hombre. Supongo que Sevilla tiene el color especial de quien está iluminado desde arriba.

La oscuridad da paso a la luz cuando uno sale a andar al patio de los Naranjos, eminentemente verde pero con los detalles naranjas que proporcionan los frutos que se buscan con la mirada, para poner otro color al cuadro.

Judería de Sevilla. | Shutterstock

La antigua judería también es naranja y verde, y blanca. Es un barrio repleto de azulejos de colores, de macetas en las ventanas, de placas conmemorativas, de amarillos y rosas y de historias. Ese es el color de este lugar: el de las historias. Me siento en un banco de la plaza de Doña Elvira a escuchar algunas. Dice la leyenda que allí nació Doña Inés, el amor imposible del Don Juan Tenorio al que José Zorrilla dio vida. Y que Miguel de Cervantes estrenó aquí sus obras, en un antiguo corral de comedias. Y muchas cosas más.

Hay, en torno a la judería de Sevilla, historias de judíos, cristianos, disputas, conflictos, amores y desamores, traiciones y rendiciones. Es también uno de los barrios más hermosos de la ciudad andaluza, con sus callejones, sus plazas y su atronadora vida social. De noche, porque irremediablemente vuelvo a recorrerla cuando ya la noche ha caído, es de los colores mencionados (verde, naranja y blanco) y también del que proporciona la luna. Si el astro no se pierde Sevilla, esta no iba a ser menos.

El color de la naturaleza y el color del hombre

Jardines del Alcázar de Sevilla. | Shutterstock

El Real Alcázar de Sevilla es del color del engaño, porque su exterior es de piedra sobria, serena, y su interior es una explosión de vida, de colores deslumbrantes. El Alcázar es del color del oro, del color del arte islámico, mudéjar y gótico. Es muy verde, porque cuando uno accede a sus jardines se topa con la imagen repentina de 2.000 árboles que lo invaden todo. Casi la mitad son naranjos. Por encima de estos destacan unas palmeras de gran tamaño que sirven de guía para los más despistados, que pueden llegar a perderse entre las calles de este lugar de más de 70.000 metros cuadrados.

340.000 tiene el parque de María Luisa, que es también verde y del color de un nuevo helado, en esa ocasión de limón. El astro sigue acosando a esa ciudad que no puede explicarse al margen de su presencia. Este parque es del color de las flores: el amarillo de las copas de las tipuanas, el blanco en las falsas acacias, el llamativo azul de las jacarandas. Es del color de la naturaleza.

Plaza de España. | Shutterstock

La plaza de España es del color de la luz. Marrón cobre cuando se contempla aún en la distancia ese palacio que se curva ante los estanques, de todos los colores cuando uno se acerca a los azulejos que dan significado al lugar. Provincia por provincia, la cerámica es la protagonista, el buen hacer de quien trabajó en estas formas hoy muy fotografiadas, apreciadas. Otro símbolo de la ciudad.

Cuando veo bailar flamenco, pienso que Sevilla es rojo pasión, rojo vestido.

El color especial de Sevilla

Sevilla de todos los colores. | Shutterstock

La torre del Oro es dorada, claro, y el paseo junto al Guadalquivir del color que marque el cielo, porque sus aguas cambian dependiendo del día. En ese mes de mayo, cada día que me planto frente al río, es azul. Recorro otros muchos lugares de Sevilla durante ese viaje: Triana es del color del flamenco, el palacio de las Dueñas del color de un limonero y la basílica de la Macarena de una preciosa dualidad amarilla y blanca. No sé cuándo dejé de contar, pero hubo un momento en que lo supe. Que el color especial de Sevilla es esto: ser de muchos colores, ser constantemente color. El privilegio, y también el deber, del viajero es dejarse sorprender por todos ellos.