Un paseo en moto por la Tramuntana en busca de la calma

Llegué a Mallorca justo al día siguiente de haber vuelto de un viaje de 15 días en familia por Alemania. Algo que hasta hacía una semana era imposible para mí había ocurrido: estaba harta del turismo. Es más, ni siquiera tenía ganas de viajar ni de hacer la ruta de los pueblos más bonitos de Mallorca que, meses antes, me había convencido de hacer tras leer un artículo. Supongo que, como dice Sergio del Molino en su post Un sitio al que volver, me había atragantado de viajes y me había subido “la viajerina”.

Mi primera impresión de aquella isla: “Esto se parece a Vietnam”. ¿El motivo de tan inaudita comparación? Una moto. Porque, automáticamente, cuando me vi subida a este transporte tan poco habitual en mi rutina, con otra persona, dos maletas y dos mochilas, visualicé la postal que una amiga me había traído de aquel país de Oriente: una moto con una torre de bártulos a sus espaldas. Aquel vehículo sería, desde aquel momento, el faro y guía de un viaje que me recordaría que hay otras formas de viajar.

Perseguir el atardecer en la sierra de Tramuntana

Aquella primera comparación se esfumó enseguida. Pero, por eso de que a veces necesitamos compararlo todo, en su lugar vino otra. Aunque no hiciera falta. Aunque un lugar se baste por sí mismo y se parezca solo a él. El caso es que la sierra de la Tramuntana, zona en la que tuve el placer de alojarme, me recordó inevitablemente a la Toscana. Sobre todo a la hora del atardecer. Sobre todo Fornalutx, uno de los pueblos más bonitos de España. Casas de tonalidades terrosas salpicadas de flores de todos los colores y, de fondo, el verde envolviendo el conjunto. Ambos fundidos en un abrazo.

Pero, como decía, en aquel momento no me encontraba con el ánimo de visitar todos y cada uno de los municipios mallorquines. Así que, cómo impregnarse de esa esencia sin recurrir al turismo compulsivo que últimamente lo consume todo. La respuesta la encontré muy rápido en nuestra compañera de dos ruedas. Una forma de recorrer pausadamente los pueblos de Tramuntana, parando cuando apetezca, huyendo del calor en el aire de la montaña. Y como centro de operaciones: Sóller.

sierra de Tramuntana

En los seis días que estuvimos en la isla pasamos todos y cada uno de ellos por la plaza principal del municipio, especialmente conocido por su tren. Siempre con las terrazas llenas, siempre con la silueta de la iglesia de Sant Bartomeu de Sóller subrayando su presencia. Una iglesia demasiado grande, pensaba, para una localidad tan pequeña. Todos los días pasamos por aquella plaza. Ninguno paramos. Es lo que suele suceder: cuando estás en un sitio que sabes que tienes a tu disposición olvidas visitarlo.

Donde sí paramos fue en la zona del puerto, constantemente llena de ambiente. Sus dos playas como el recreo de vacaciones más obvio. También paramos en el faro des Cap Gros, otra torre más desde la que contemplar los infinitos atardeceres de las Baleares. Ninguno como el que pude observar desde la moto al cruzar la sierra de Tramuntana. Digo observar por no decir perseguir, que es lo que hicimos al ir desde Fortnalutx a Sóller, mientras los tonos pasteles iban coloreando un paisaje que ahora más que nunca se parecía a esa Toscana de la que hablaba al principio.

atardecer

El reencuentro con el viaje

En la moto hay viajes que no llevan a ninguna parte (aunque lleven a todas). Pero hay otros que tienen un destino, y en Tramuntana ese destino tenía que ser, al menos un día, Sa Calobra. Esta pequeña cala de la zona norte de Mallorca es una de las más famosas de la isla y está precedida por una carretera no menos célebre.

La MA-2141, más conocida como “nudo de corbata”, fue construida por el arquitecto Antonio Paretti con la intención de respetar lo máximo posible la orografía del paisaje. Por eso, las curvas del “nudo de corbata” se deslizan, de camino a Calobra, en giros imposibles que pueden llegar a sobrecoger a los viajeros. El trayecto se convierte así en una experiencia con nombre propio. Cuanto más se desciende la carretera, más huele a mar. El destino espera.

Carretera nudo de corbata Mallorca

Sa Calobra es una playa muy pequeña de apenas 30 metros compuesta por guijarros y arena. Pero guarda un secreto a voces: un túnel que conduce a Torrent de Pareis, una segunda cala encajada entre dos paredes de roca de 200 metros de altura que supone la desembocadura del río Torrent. Ambas playas, debido a su fama, están siempre llenas de turistas.

Sin embargo, aún así, somos capaces de encontrar calma bajo la sombra de un arbusto en el interior del cañón. La misma calma nos persigue hasta el mar, donde, alejándonos de la orilla, nos vemos nadando entre Sa Calobra y Torrent de Pareis, un paisaje solo enturbiado por la presencia de los barcos. La paz es posible encontrarla incluso en los lugares turísticos. Solo hay que buscarla y acompañarla de ritmos, a su vez, pausados. Así llega, sin buscarse, el reencuentro con el viaje.