La noche de Peñalara, un viaje en cometa hacia las estrellas

Para contar esta historia tengo que retrotraerme unos años atrás, cuando en España apenas habíamos salido del estricto confinamiento al que nos había relegado la pandemia del covid-19. Era julio de 2020 y la vida volvía, poco a poco, a ser lo que era. Todavía había miedo en el ambiente, pero también muchas ganas de aventura, de salir, de recuperar todo ese tiempo que habíamos pasado en el interior de nuestras casas. En definitiva: de recobrar la normalidad.

A la par se estaba produciendo en la Tierra la visita de un invitado: la del cometa Neowise, un astro descubierto en marzo de aquel mismo año. Una visita muy especial, ya que se calcula que esta no volverá a producirse hasta dentro de más de 6800 años. Por eso, muchas personas se lanzaron con sus telescopios o prismáticos a observarlo o, sencillamente, se toparon con él por casualidad. Porque el cometa Neowise fue visible a simple vista entre julio y agosto.

Este segundo caso, el de la casualidad, fue el mío. Una casualidad que me llevó a dormir bajo el cometa una de las noches que mejor se vio desde Madrid y en el lugar más alto de la comunidad: el pico de Peñalara.

Un ascenso tutorizado por el atardecer

Cabra montesa

Cuando aquel 18 de julio llegamos al Puerto de Cotos, punto desde el que iniciamos nuestra ruta, el calor apretaba. Pero, por suerte, las temperaturas ya comenzaban a descender. Habíamos decidido empezar el ascenso sobre las 19.00 con ese objetivo, el de huir del calor. Aún así, los primeros metros del camino, los mismos que coinciden con la ruta hacia la laguna Grande, se hicieron costosos. Un macuto a la espalda, lleno de bártulos (agua, comida, saco de dormir, esterilla, ropa…) lo hacía todo más fatigoso.

A la par que ascendíamos, el paisaje iba cambiando, especialmente tras dejar a la derecha el mirador de la Gitana, desde donde se tienen unas excelentes vistas de la cordillera de Cuerda Larga. Poco a poco, los árboles iban desapareciendo para dar paso a la vegetación desnuda de la montaña. En el camino fuimos encontrándonos senderistas. Pero no subían. Bajaban. La mayoría de ellos ya habían concluido su excursión, mientras que nosotras la empezábamos.

El sol estaba ya muy bajo cuando llegamos a las temidas zetas de la Hermana Menor. Es decir, cuando llegamos a la que está considerada la parte más dura del ascenso a Peñalara. Tal y como indica su nombre, hablamos de un sendero en zigzag, el cual se alarga hasta las dos horas de recorrido.

Sin embargo, personalmente no recuerdo aquella parte del camino como tal por eso de que, para cada excursionista, la misma experiencia puede ser una muy distinta. Más bien, sentía que mi espalda se hacía al macuto y que los rayos del sol, que desaparecían por momentos, mordían cada vez con menos ferocidad. La subida se convirtió así en un paseo tutorizado por el atardecer en el que el pico se veía cada vez más cercano. A la par, el consumo de agua y las capas de ropa iban dejando una mochila más y más liviana. Mientras, el fresco se iba convirtiendo poco a poco en frío.

atardecer peñalara

A 2428 metros, un monolito corona el pico más alto de la sierra de Madrid, anunciando la victoria de los senderistas, presumiendo de vistas. Cuando llegamos allí, el sol ya estaba escondido, pero la luz todavía iluminaba aquellas tierras pedregosas, ahora solo ocupadas por nosotras y por algunos caminantes más. Era el momento de elegir la “habitación” donde nos alojaríamos.

Así, antes de que la noche nos alcanzara de lleno, intentamos escoger un lugar que estuviera mínimamente resguardado del viento. Porque no hay que olvidar que en la montaña, aún en los días más calurosos de verano, la oscuridad viene acompañada del frío. Una vez asentadas, pusimos punto final al descenso, que no a la experiencia, con unos bocadillos, no de cinco, sino de miles de estrellas. Las que iban asomando por encima de nuestras cabezas.

El encuentro con el cometa Neowise en el pico de Peñalara

vivac peñalara

Mi madre, bióloga, siempre ha sido una entusiasta del cielo nocturno. Cada vez que las estrellas son mínimamente visibles, aprovecha para observarlas con su aplicación del móvil, incluso si está en pleno centro de Madrid. Es de esas personas que saben decir qué planeta es ese que brilla tanto, qué constelación forman esas tres estrellas dispuestas de aquella forma o por qué hoy será el día en el que mejor se verá Marte. Pero yo no. A mí nunca me ha interesado demasiado la astrología.

Sin embargo, a veces no hay que ser un entendido para disfrutar. Porque, incluso las personas así, acostumbradas a vivir en la luminiscencia de las ciudades, somos capaces de darnos cuenta de la magnificencia de las estrellas cuando las condiciones permiten verlas. Precisamente, aquella noche eran óptimas: un cielo despejado, sin una sola nube y una luna ausente.

Pero había algo que brillaba más que las estrellas y que dominaba la oscuridad como no lo hacía nada más: el cometa Neowise. El invitado especial de aquellos días surcaba el cielo haciéndose ver a simple vista, arrastrando su cola de gases y partículas de polvo por todo Madrid.

La foto de nuestras vidas

vivac peñalara

Fue en aquel momento, al observar el Neowise, cuando un hombre se acercó a nosotras, cámara profesional en mano, para preguntarnos si nos importaba que nos sacara unas fotos mientras contemplábamos el cielo. Resulta que se trataba de un fotógrafo profesional de origen australiano especializado en el cielo nocturno. Aquel día había subido al pico para sacar imágenes del Neowise. Accedimos a ello y, durante al menos una hora (probablemente más), posamos para él mientras mirábamos al cometa.

Algunas veces me puse yo. Otras, mi amiga. Y otras, las dos juntas. En cada toma había que quedarse un buen rato en el sitio, sin moverse lo más mínimo, pues el tiempo de exposición de la cámara tenía que ser largo para que la imagen saliera bien. También nos prestó unos prismáticos. Como decía al principio, nosotras no íbamos preparadas para observar al Neowise, tan solo nos lo encontramos.

I’m going to take the photo of your life (voy a haceros la foto de vuestra vida), nos decía una y otra vez el fotógrafo. Aquellas palabras pretendían animar a dos chicas que empezaban a cansarse de posar, codos en alto para sujetar los prismáticos, para un desconocido. La situación, que al principio nos pareció graciosa e incluso emocionante, nos empezó a irritar una vez que, cuando se suponía que ya nos habíamos despedido, nos hizo salir del saco de dormir para volver a hacer una foto.

Es cierto que en mi caso aquel hombre sí me sacó la imagen de mi vida, una imagen que nos mandó por correo. Pero el resto de las imágenes, las que nos había hecho juntas o las que le había sacado a mi amiga, se perdieron en el recuerdo. Aquel hombre dejó de contestarnos los correos y terminamos por olvidar su nombre. Lo sentimos como una pequeña traición. Pero, eso sí, quedó una anécdota que ya sería imposible de olvidar.

El amanecer desde el pico de Peñalara

amanecer pico peñalara

Tras pasar una noche fría e incómoda debido a la dureza del suelo (que nadie os diga que haciendo vivac se duerme bien), el amanecer ejerció de despertador. El amanecer y un par de cabras montesas que, a apenas unos 50 metros de nosotras, chocaban sus cornamentas. Quizás dormir en la montaña no es lo más cómodo, pero el amanecer es incomparable.

Tras ver salir el sol y antes de que el bochorno volviera a hacer acto de presencia, reemprendimos la marcha. La aventura no había terminado. Aún teníamos que bajar de nuevo hasta el coche, y decidimos hacerlo por el camino largo. En lugar de volver por donde habíamos subido, bajamos hasta la laguna de los Pájaros, el destino de otra de las rutas más célebres de Peñalara. Una laguna de origen glacial a la que llegamos andando entre piedras al ritmo del tarareo de la BSO de El Señor de los Anillos, película a la que el paisaje de la sierra madrileña recuerda en ocasiones. Aunque el camino no terminó en Mordor, sino en el sitio donde lo habíamos emprendido la tarde anterior: el Puerto de Cotos.

De vuelta en la ciudad

Una vez en Madrid, en la ciudad, le conté toda la historia a mi madre. Especialmente la parte que concernía al cometa, pues sabía que le interesaría. Resulta que ella también había estado observando al Neowise desde otro lugar diferente: el pueblo segoviano de Nava de la Asunción. Pero ella, como era previsible, no lo había visto por casualidad, sino que llevaba días mirándolo. Estaba preparada. “No me puedo creer que mi niña haya visto así el cometa, que tenga una foto como esta”, dijo al ver la imagen. Y, en efecto, quién nos hubiera dicho que en aquella búsqueda de normalidad, encontraríamos tan poca…