Víctor Català, un nombre a la fuerza

“En ninguno de los corros aquellos faltaban los correspondientes chiquillos, que campando por sus respetos y chillando a más y mejor, o se revolcaban por el suelo, o se entretenían, hartos ya de comer, en acariciar a sus madres restregándoles por el rostro los deditos llenos de pringue, o andaban, en fin, enredando por todas partes con su charla sempiterna”. Este es uno de los fragmentos de la obra culmen de Víctor Català, Solitud.

Una imagen rural, clara y sucia a una misma vez, se forma en la mente del lector al pasear la mirada por estas letras. Un mundo que para Català es oscuro y sórdido, como lo serían la mayoría de sus libros. Pero la autora que trastabillaba tras la tramoya de este seudónimo era diferente, celosa de su intimidad. Construyó su alter ego por obligación y se acomodó a él como si este fuera su segunda personalidad, una que pertenecía al mundo de las letras.

Firmado: Víctor Català

Las etapas de la obra de esta autora, escondida tras el seudónimo de Víctor Català, son tres. En un primer momento, la escritora salió a la escena pública bajo su nombre real. Pero el fiasco que le supuso desvelar su género, suceso del que se hablará más adelante, hizo que firmara desde entonces como Víctor. Los primeros textos que nacieron bajo esta rúbrica fueron dos volúmenes de poesía, uno de teatro, tres recopilaciones de cuentos y una novela. De esta primera etapa, comprendida entre los años 1901 y 1907, destacan los cuentos conocidos como Drames rurals y la novela Solitud.

Ilustración de la escritora que firmaba como Víctor Català. | Paula Garvi

En aquellos años, los más importantes en su carrera literaria, el estilo de la autora quedó ya patente. En primer lugar, el gusto de la literata por la narrativa era evidente. Asimismo, Català sentía predilección por las historias trágicas del mundo rural. Otro de sus temas centrales consistía en la identidad del individuo, especialmente en la de las mujeres. Sobre su estilo fatalista, objeto de críticas en más de una ocasión, la autora señaló lo siguiente: “Yo quiero la vida tal y como es: dulce y amarga, clara y sombría. Toda quisiera abarcarla, pero ¿qué culpa tengo si son las tintas negras las que más impresionan a mi retina? ¿Tengo que seguir o no mi vocación?”.

A esta primera etapa, inscrita en la corriente modernista catalana, la siguieron nada menos que 10 años de silencio literario provocados por la marginación hacia la narrativa rural. Sin embargo, Catalá volvió a hacer acto de presencia en 1920 con la recopilación de cuentos La Mare-Balena. A esta segunda etapa pertenecen también la novela Un film 3.000 metres, la antología Marines y la selección de cuentos Contrallums. Pero este período se ve interrumpido con el estallido de la Guerra Civil.

Una vez finaliza la contienda, ya en los años 40, Catalá vuelve a la carga demostrando que aún conserva el dominio narrativo. Es entonces cuando la autora publicó sus últimos libros: Retablo, Mosaic, Vida mòlta y Jubileu. Esta fue su tercera y última etapa.

El seudónimo: “Nunca en la vida habría firmado nada con nombre de mujer”

Antes de ser Víctor Català e, incluso, antes de aquel pequeño periodo en el que se atrevió a firmar con su nombre, esta autora tomó otro apodo, el de Virgili d’Alacseal. Pero realmente, la carrera de Català comenzó con la presentación de dos textos al concurso literario de los Juegos Florales de Olot en 1898. Su poema El llibre nou y su dramático monólogo La Infanticida ganaron ambos el primer premio en sus respectivas categorías. La sorpresa vino cuando se descubrió que quien había escrito ese texto era una mujer.

Caterina Albert fue una mujer eminentemente autodidacta. Su educación no pasó de sus años de colegio, a lo que sumó un año internada en las monjas de Girona. De su vida personal, que guardó con celo, no se conoce demasiado. Al morir su padre, Albert asumió el cuidado de los terrenos y cuidó de su abuela y de su madre cuando se pusieron enfermas. Asimismo, cultivó amistades con escritores como Joan Maragall o Narcís Oller e ingresó en la Reial Acadèmia de Bones Lletres de Barcelona pocos años después de revelar su identidad.

Como última curiosidad sobre su vida, hay que añadir que la autora de Solitud estuvo soltera hasta que le llegó la muerte a sus 97 años, en 1966. Como tantas otras autoras de la época, Albert sabía que casarse podía suponer el fin de sus libertades. “Creo que es una decisión muy meditada”, apunta la crítica literaria María Ángeles Cabré en el programa de RTVE Mujeres malditas. Albert, añade, “decide rechazar todas aquellas convenciones que le corresponde a la mujer” en aquella época.

Un áspero coraje de leñadora

Caterina Albert (Víctor Català en apariencia), poetisa, novelista, dramaturga, escritora de cuentos infantiles, pintora, escultora e ilustradora (tantas cosas fue), hablaba así sobre los escritores decimonónicos catalanes de principio de siglo. “El esfuerzo no fue fácil. El primer renacimiento fue ‘el tiempo del leñador’. No había público, ni crítica ni apenas autores. Los escritores eran unos héroes aislados que iban dando hachazos por aquí y por allá, aterrizando maleza. Hoy el camino es más llano. Los escritores de ahora pueden hacer de caballero. ¡Qué joya, poder constatar la finura de algunos estilos contemporáneos! Nosotros éramos cantos, pero no nos sabe mal reconocerlo: el patrimonio literario catalán se habrá nutrido, al fin y al cabo, también un poco, con nuestro áspero coraje de leñadores”.