Ariel, Felipe o Jorge, los disfraces de la dama de la prensa

“Y ahora sí que podremos decir que las mujeres, que nuestras mujeres españolas, han entrado en política -en la vedada vida política- por la puerta grande, para ellas abierta de par en par”. Había en los años 20 y 30 una mujer que despuntaba entre las de su género por dedicarse a un oficio que hasta entonces les estaba vedado. Era periodista y firmaba, a veces, bajo el nombre de Felipe Centeno. Otras, bajo el de Jorge Marineda, Ariel o María Therry. Y otras, al raso, sin aditivos. Sus apodos aparecían en los periódicos y revistas de La Vanguardia, El Hogar y La Moda o, como en el párrafo inicial, en El Sol.

Firmado: Ariel, Felipe o Jorge

En 1923 el diario La Vanguardia estrenó una nueva sección que tituló como Vida Cinematográfica. En ella aparecía reiteradamente la firma de un tal Felipe Centeno, nombre que coincide con uno de los personajes de Benito Pérez Galdós. Bajo aquella firma, el autor realizaba críticas de cine, un arte aún naciente y considerado menor. Fue así como la productora Paramount se fijó en ella. Román Gubern, catedrático de Comunicación Audiovisual señalaba en un reportaje de RTVE  que las críticas de Centeno eran “muy perspicaces y llaman la atención de Paramount”. Cuando la productora solicitó una entrevista con Centeno quedó impresionada al constatar que se trataba de una mujer. Desde aquel momento, la autora bajo seudónimo pasó a hacer colaboraciones con la productora: traducciones, adaptación de diálogos, asesoría literaria…

Dama de la prensa
Ilustración de la dama de la prensa. | Paula Garvi

La ensayista, investigadora y filóloga española Felicidad González afirma en la revista de investigación teatral Don Galán que, en el ámbito cinematográfico, las críticas de Centeno “eran novedosas, pues no se limitaban a dar las informaciones de las productoras sobre estrenos, películas o actores, sino que proporcionaban un enfoque distinto a un arte tan joven como era entonces el cine”. Alrededor de 1934 la autora terminó por abandonar aquel seudónimo para pasar a firmar con su verdadero nombre.

Sin embargo, en 1940 la periodista se vio obligada a disfrazar de nuevo su identidad durante algunos años. Al concluir este periodo, y a excepción de otro seudónimo que empleó para la novela rosa (el de María Therry), esta autora pasó a firmar sin alias a lo largo de casi toda su vida. Entre unos y otros nombres, la escritora llegó a acumular un repertorio de más de mil artículos periodísticos, múltiples novelas, producción editorial, adaptaciones infantiles y traducciones.

El seudónimo: la directora de La Vanguardia en plena Guerra Civil

Según la revista Don Galán, la autora utilizó el seudónimo de Felipe Centeno en la sección de Vida Cinematográfica “para evitar las coacciones de las empresas de cine por obtener buenas críticas”. Pero los motivos que llevaron a la periodista a adoptar la identidad de un tal Ariel (a secas) o la de Jorge Marineda fueron bien distintos.

En agosto de 1936 esta autora, de la que pronto se desvelará el nombre, llevaba en la redacción de La Vanguardia más de 10 años. Era, además, la única mujer del equipo. Asimismo, en aquel verano estalló la Guerra Civil Española. La Generalitat de Catalunya incautó entonces el diario, que pasó a estar bajo el control de la CNT-UGT. En este contexto, y después de la huida del que era el director del periódico, el comité obrero decidió nombrar como directora a la autora que había firmado durante un tiempo como Felipe Centeno. Ella aceptó, pero no sin poner condiciones. “Tendré cuidado de la marcha de la redacción", espetó. "Pero sí acepto es sólo con carácter provisional. En cuanto a la parte política, tiene que llevarla otro. Yo solo haré periodismo”, indicó la autora.

Destrucción de Granollers en la guerra civil
Escombros tras un bombardeo en Cataluña durante la Guerra Civil española. | Wikimedia

La protagonista de este artículo se convertía así en la primera mujer española en estar al frente de una cabecera nacional. Sin embargo, con el fin de la contienda, tanto ella como el resto de los redactores de La Vanguardia fueron cesados. La retiraron el pasaporte y la inhabilitaron como periodista. Y, aún peor, en 1940 fue encarcelada alrededor de 40 días en el convento de Sarriá, en Barcelona. Sobre aquella época la autora nunca quiso hablar demasiado.

Pero la periodista no podía dejar de escribir y aprovechó esos años para dedicarse más a la narrativa. También consiguió publicar en algunas revistas. Eso sí, para ello tuvo que convertir su nombre vedado en uno que no estuviera prohibido. Fue entonces cuando alternó entre los seudónimos de Ariel y Jorge Marineda.

La autora no tan en la sombra: María Luz Morales

María Ángeles Cabré, escritora y autora de la biografía de María Luz Morales, asegura que la novelista “se hizo periodista cultural en la cocina de su casa”.  “No había otro lugar en España para que las niñas y jóvenes de finales del siglo XIX forjaran sus vocaciones”, apunta. Luz Morales nació en 1889 en el seno de una familia acomodada. Aunque vino al mundo en la tierra de A Coruña, pronto se marchó, junto a los suyos, a Barcelona. Recibió, asimismo, una amplia educación cultural, licenciándose en Filosofía y Letras.

María Luz Morales
Fotografía de María Luz Morales. | Wikimedia

Según indica María Arroyo Cabello en su artículo Rompiendo moldes: María Luz Morales y la crónica femenina, “a la muerte de su padre, por necesidades familiares, comenzó a trabajar muy joven”. Lo hacía en la revista femenina El Hogar y La Moda. Tres años más tarde, se convertiría en su directora. En 1921 empezó a colaborar con La Vanguardia, donde, según señala Arroyo, “llama la atención que no debutase en una sección femenina, sino en la página de artículos nobles del diario”. Poco después pasó a ocuparse, como se ha explicado antes, de la sección de Vida Cinematográfica a la par que colaboraba con otros diarios y revistas como El Sol.

María Luz Morales tuvo, en fin, una agitada vida cultural, tanto antes como después de la guerra. De la crítica cinematográfica se pasó a la teatral. También, entre 1923 y 1930, realizó la adaptación de algunos clásicos de literatura universal para niños en la editorial Araluce. Trabajó, asimismo, como traductora y fue vicepresidenta del Lyceum Club de Barcelona y directora de la Residencia Internacional de Señoritas Estudiantes, instituciones que promovían la cultura entre las mujeres y que desaparecieron una vez terminada la contienda.

Después de la guerra y de pasar por aquellos turbulentos sucesos, María Luz Morales retornó al periodismo en 1949, volviendo a firmar con su nombre en las páginas del Diario de Barcelona. En aquel periódico continuó casi hasta el final de sus días. Murió a sus 91 años de edad, en 1980.

Una exiliada interior

La escritora y biógrafa Antonina Rodrigo apuntaba en el documental de RTVE María Luz Morales: la escritura que “ella era una persona muy válida y naturalmente que la tenía que tener en cuenta a la hora de escribir Mujeres olvidadas porque en ella había mucho silencio interior, porque realmente era una exiliada interior”. La gran dama de la prensa, como se ha pasado a conocer a María Luz, fue una escritora durante muchos años olvidada y enterrada por el tiempo. Sin embargo, ahora su nombre regresa a la palestra para darse a conocer como la pionera que fue.