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Intrigas y amantes de la Princesa de Éboli

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Obedeciendo a un mandato por escrito del propio rey Felipe II, la princesa de Eboli se volvió a instalar en el palacio que tenía en Madrid, ocupándose de sus cinco hijos y de la gestión de su enorme patrimonio. Para su regreso a la Corte encontró la ayuda de dos antiguos ayudantes de su esposo: Antonio Pérez y Juan de Escobedo. En los últimos años ambos habían prosperado.

Escobedo era el secretario personal de Don Juan de Austria, gobernador de Flandes, hermanastro del rey e incluso su rival en la estima del pueblo a causa del extraordinario prestigio adquirido con su victoria en la batalla de Lepanto.

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Ana de Mendoza, Princesa de Éboli.

En cuanto a Antonio Pérez, éste había ascendido en el escalafón de “secretarios” (algo asimilable a un ministro actual) hasta el punto de convertirse en el Secretario de Estado (dedicado a los asuntos exteriores) y Secretario del Consejo de Castilla.

A los 35 años —y a pesar de su parche en el ojo— la princesa de Eboli continuaba resultando fascinadoramente atractiva. Unido a su personalidad y riqueza, no tardó en participar activamente en la vida del Alcázar de Madrid, el lugar desde el que se dirigían los destinos del mayor imperio del mundo. Ana se convirtió en confidente de la reina Isabel de Valois; razón por la que su relación con el rey se volvió también muy estrecha.

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Antonio Pérez

Su preeminancia en la Corte propiciaron las habladurías y descalificaciones. Acusaban a la princesa de Eboli de traicionar a su amiga la reina por ser amante del rey Felipe , también se decía que tenía amoríos con Antonio Pérez. Se daba la circunstancia de que Pérez había sustituido al príncipe de Eboli como líder de la facción más “liberal”de palacio, la partidaria de pactar con los rebeldes holandeses; a este grupo también pertenecían Don Juan de Austria, su secretario Escobar y la propia Ana de Mendoza. Es decir, que los protagonistas de esta historia —la viuda, Escobedo y Pérez— pertenecían al mismo grupo de presión frente al monarca. Pero las rivalidades personales y los asuntos de amores se antepusieron a la confluencia de ideas sobre política internacional.

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Dado que los celos del rey contra Don Juan de Austria comenzaron a volverse obsesivos, Pérez optó por ganarse la confianza del rey presentándole supuestas pruebas de la connivencia de Don Juan con los rebeldes holandeses; Felipe II dió crédito a lo que le decía Antonio Pérez, volviéndose abiertamente hostil frente su hermanastro.

Para tratar de aclarar la posición de Don Juan en un tema de alta traición, Escobar viajó desde Flandes a Madrid. Además de explicar la actitud del gobernador de los Países Bajos frente a los rebeldes, Escobedo también empleó los rumores de los amoríos de Pérez con la princesa de Eboli para volver al rey en contra su rival. Escobedo debió de hacer avances en su persuasión o disponer de pruebas muy comprometedoras, pues —tras un intento de envenenamiento fallido— unos espadachines asesinaron a estocadas a Escobedo durante la noche del 31 de marzo de 1578.

El escándalo fue mayúsculo. La familia de Escobedo acusó a Pérez y a la princesa de Eboli del asesinato. Primero el rey ignoró las acusaciones, pero en otoño de 1578 llegó a Madrid la correspondencia del recientemente fallecido Juan de Austria. Tras su lectura quedó claro que Don Juan siempre había sido fiel y que Pérez le había inducido al rey a sospechar de una traición inexistente. Con gran cargo de conciencia por la participación que —por acción u omisión— puedo haber tenido en el asesinato de Escobedo, el rey encargó la elaboración de un informe al Presidente del Consejo de Castilla; éste respondió con algunas débiles pruebas contra Pérez del asesinato de Escobedo, así como de otros turbios manejos.

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El informe encargado por el rey se salió de los aspectos legales, entrando en los sentimentales. Dió por ciertos los rumores sobre los amores entre Antonio Pérez y la Princesa de Eboli. La situación de Ana en la corte se volvió insostenible, pues esta estaba ya muy mal vista por ocuparse poco de sus hijos. La aprobación oficial de la tesis de que era la amante de un personaje caído en desgracia frente al rey supuso su total ostracismo.

La respuesta de la princesa de Eboli fue volverse abiertamente desafiante ante quien consideraba inspirador de una campaña de descrédito. Le envió al rey durísimas cartas en la que le emplazaba a lavar su honor. En una de ellas Ana llegó a afirmar que “el Rey sabía tan bien la verdad que no debía pedir testigos sino a sí mismo”. El rey Felipe II le contestó con una agresiva hostilidad. Le llamaba a la princesa de Eboli «la hembra» y la llegaría a tratar con una dureza como nunca antes se había aplicado a una noble del más alto rango. Por el contrario, el monarca siempre se comportaría con gran gentileza con sus hijos.

El rey montó en cólera, negándose a leer más cartas de Ana de Mendoza. Y el 28 de julio de 1579 ordenó la detención de la princesa de Eboli y de Antonio Pérez. Para evitar que pudieran comunicarse y combinar sus declaraciones, se les separó. El secretario fue encerrado en el palacio de Álvaro García de Toledo, en tanto que la princesa en la torre del castillo de Pinto.

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Princesa de Eboli
Torre de Eboli en Pinto

Esta comenzó a cumplir una pena de prisión sin juicio, por la mera voluntad del rey; después fue encerrada en el castillo de Santorcaz, y de allí fue enviada a su palacio de Pastrana en la primavera de 1581.

Princesa de Eboli

En su propio palacio la princesa de Eboli retomó la vida de lujo y recibió visitas. A raíz de la fuga de Antonio Pérez a Aragón, y ante el peligro de que ella también huyera, el rey ordenó que se cambiara su régimen de prisión atenuada, siendo confinada en unas pocas habitaciones,; ya no estaba autorizada a salir ni a recibir visitas, y estaba solo acompañada por su hija menor y varias criadas. Tan estricto régimen de reclusión fue demasiado para el temperamento nervioso de Ana, que fue dando crecientes muestras de inestabilidad psíquica. El rey decidirá privarla de la gestión de su patrimonio, concediéndole esa responsabilidad a su hijo mayor.

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Ventana de la hora

Como único desahogo, cada día, a la misma hora, se la autorizaba durante una hora a asomarse a una ventana enrejada para mirar el exterior; esa patética costumbre propició que la plaza a la que daba esa ventana se fuera conociera como la “de la hora”.

Sin haber llegado a ser juzgada y tener la ocasión de defenderse, el 2 de febrero de 1592, a los 52 años de edad, murió la apasionada princesa de Eboli.

Si quieres saber más acerca de Antonio Pérez y como siguió su vida, mira en nuestra página dedicada a la fuga de Antonio Pérez y la guerra que desató.

Texto de Ignacio Suarez-Zuloaga e ilustración de Ximena Maier