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Germana de Foix, reina de corazones

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Ninguna mujer ha levantado tantas pasiones en España como Germana de Foix (1488 – 1538), hija del noble francés Juan de Foix (conde de Etampes y vizconde de Narbona) y de María de Orleans (hermana de Luís XII de Francia).

Después de muchas guerras, en 1505 el rey Luis XII de Francia firmó el Tratado de Blois con Fernando el Católico (que había enviudado el año anterior de Isabel I) acordando que Germana —de 18 años y sobrina del rey francés— contraería matrimonio con el monarca español (y de 53 años). Fernando se casó por poderes en una ceremonia que tuvo lugar el palacio de los condes de Buendía, en la villa de Dueñas (Palencia) el 18 de marzo de 1506. El matrimonio se consumaría en Valladolid días después.

germana de foiz retrato
Germana de Foix

Fernando desconfiaba mucho de la alianza y la boda. Es significativo que en Dueñas fuera donde Fernando vio por primera vez a su anterior esposa —y donde, posiblemente, se casaron en secreto— y que en Valladolid fuera donde tuvo lugar aquella ceremonia oficial. Por ello Dueñas y Valladolid estaban íntimamente asociadas al recuerdo de su matrimonio con Isabel la Católica. Por si fueran pocas las cautelas y actos de recuerdo de su anterior esposa, Fernando declaró ante un notario y tres testigos aragoneses que “la boda se había llevado a cabo por motivos políticos y de que los derechos sobre el trono de Nápoles, que el rey francés le reconocía mediante el tratado y la boda, en el caso de morir él el primero, pasarían a ser patrimonio del heredero de la corona de Aragón y no de la joven viuda”. Para que quedaran aún más evidentes sus intenciones, Fernando consiguió del Papa Julio II la anulación de las capitulaciones matrimoniales que había firmado antes de la boda con Germana; pues según estas, en el caso de no tener descendencia el matrimonio Aragón-Foix, los derechos sobre el reino de Nápoles revertirían al rey francés. No pareciéndole suficiente esta maniobra, posteriormente Fernando consiguió que el Papa excomulgara a Luis XII.

Después de un inicio matrimonial tan poco esperanzador, Fernando se dispuso a engendrar un hijo con Germana; así conseguiría evitar completamente el cumplimiento de los acuerdos que había firmado. A pesar de su avanzada edad tuvo éxito y en 1509 nacería el príncipe Juan de Aragón; aunque sólo viviría unas horas. La inteligencia de Germana motivó que Fernando le diera a su esposa un importante cargo ejecutivo: lugarteniente general de Aragón, Cataluña y Valencia. Tal responsabilidad se extendió a la presidencia en nombre de su marido las Cortes de 1512 y 1515 (en las que se negociaban los ipuestos con los procuradores de las ciudades.  El celoso Fernando se aficionó mucho a su joven esposa; al enterarse de que el vicecanciller de Aragón se había enamorado de ella, trasladó a ese caballero  aragonés a Castilla encerrándole  durante años en el castillo de Simancas.

Reconquista en España
Castillo de Simancas.

La pasión de Fernando pudo incluso ser mortal, pues se ha afirmado que su fallecimiento en 1516 se debió a las infusiones de hierbas destinadas a estimular su sexualidad. Muy contento con su esposa, el Rey legó a Germana las villas de Madrigal de las Altas Torres y Olmedo, además de unas cuantiosas rentas; y como muestra definitiva de su amor, en su testamento le mandó a su nieto Carlos que velara por ella: “pues no le queda, después de Dios, otro remedio sino sólo vos”.

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Al año siguiente de fallecer su abuelo Fernando, Carlos I de España —futuro Emperador— llegaría a España, conociendo en Valladolid a su abuelastra Germana. Carlos tenía 17 años y Germana 29.

carlos i
Carlos I

Pronto el joven rey Carlos se puso a cumplir con entusiasmo la manda testamentaria de su abuelo Fernando, ya que se ocupó intensamente de la viuda. Al inmediato buen entendimiento contribuyó la gran belleza de Germana y el que ambos tuvieran el francés como lengua materna. Carlos no hablaba castellano ni conocía a los nobles de España. Le resultó muy útil encontrarse con una mujer que había gobernado el Reino de Aragón y conocía a todas las personalidades de la Corte de Castilla. El enamorado joven se dedicó a impresionar a Germana, organizando espectaculares torneos en los que el propio rey participaba.

Para que no se supiera que pasaban tanto tiempo juntos y tratar de mitigar las habladurías acerca de tan escandalosos amoríos entre la abuelastra y un rey extranjero y recién llegado,  Carlos ordenó construir un puente de madera entre el Palacio Real de Valladolid y el palacio donde residía Germana.

Poco más de un año después de conocerse, Carlos le procuró a Germana la hija que su abuelo no consiguió concebir: la Infanta Isabel de Castilla. El joven rey nunca la llegaría a reconocer. Carente del contacto con sus padres por estar cuidada por extraños, disponemos de muy pocos datos sobre ellas, pues su vida transcurrió recluida en el convento de Nuestra Señora de Gracia, en Madrigal de las Altas Torres (Ávila). Esa comunidad ya albergaba a dos hijas bastardas del Rey Fernando el católico; ambas se llamaron María. Una de ellas era hija de la dama portuguesa María de Pereira, en tanto que la otra era hija de la dama vasca Toda de Larrea. Solo en su testamento Germana de Foix se atrevió a poner por escrito que era hija de Carlos el Emperador; también la legó un importante collar de 133 perlas, aunque poco uso podría hacer de el una joven monja de 18 años.

Germana de Foix
Monasterio Nuestra Señora de Gracia, Madrigal de las Altas Torres

La afinidad de Carlos y Germana se mantuvo durante bastante tiempo. Es significativo que en 1519 el rey se hiciera acompañar por ella a las negociaciones con las Cortes de Aragón y de Catalunya —territorios que ella había gobernado por delegación de su anterior esposo Fernando el católico — y en la Jura de lealtad de Zaragoza y Barcelona. Para asegurar la respetabilidad de Germana ante las crecientes murmuraciones, el 17 de junio del mismo año el rey la casó con uno de los magnates alemanes de su séquito: Fernando, duque de Brandeburgo. Boda que le vinculaba a uno de los cinco electores del Imperio a los que Carlos debía de convencer para ser elegido. Por esa razón al año siguiente Germana viajaría a Aquisgrán (Alemania) para estar presente en la proclamación de Carlos como Emperador.

La confianza de Carlos en las capacidades de Germana se puso de manifiesto al encomendarle una misión muy arriesgada: ocupar el cargo de virreina y lugarteniente general de Valencia. Significativamente, su esposo —el duque de Brandeburgo— fue puesto sus órdenes, en calidad de capitán general del reino de Valencia. En paralelo a la sublevación de los comuneros en Castilla, el matrimonio debió de enfrentarse a la Guerra de las Germanías. Prueba de su carácter es que aprobó ochocientas sentencias de muerte hasta restaurar el orden; se ha escrito que debieron de sustituirse las horcas de madera por otras de piedra, con el fin de aguantar la continua sucesión de ejecuciones ordenadas por la pareja. Comparativamente, la represión llevada a cabo por Germana en Valencia fue mucho mayor que la llevada a cabo contra los comuneros en Villalar. El Emperador no olvidó a Germana, retrasando varios años el cumplimiento del compromiso matrimonial con Isabel de Portugal, que fue quien acabaría sustituyendo a Germana en el corazón de Carlos.

Germana enviudó de nuevo el 5 de julio de 1525. Y como toda real hembra está necesitada de tener un hombre cerca, se casó al año siguiente con un tercer marido llamado Fernando; y que además era el segundo que se llamaba “Fernando de Aragón”. El afortunado fue Fernando duque de Calabria, hijo primogénito y heredero de Federico I ex-rey de Nápoles. Se da la circunstancia de que el padre del tercer Fernando había perdido en 1501 su reino en favor de Fernando el Católico, primer marido de Germana.

duque de calabria

Éste nuevo Fernando en la vida de Germana tenía la misma edad que ella y se encontraba en España desde hacía veinticuatro años, cuando fue tomado prisionero por el Gran Capitán. Durante estos años matrimoniales Germana engordó extraordinariamente, perdiendo su famoso atractivo; esto no impidió que su “tercer Fernando” continuara tremendamente enamorado de ella. Amor que se concretó en un importante edificio con una insólita historia.

La virreina murió en Valencia en 1538. Dejó escrita su voluntad de que se la enterrase junto a su tercer esposo en un monasterio de la Orden de los jerónimos. Se trata de una Orden implantada exclusivamente en España y que era la favorita del antiguo amante de Germana —el rey Carlos I— pues éste se retiraría al final de su vida al monasterio jerónimo de Yuste. A la espera de disponer de un panteón en un templo jerónimo, el viudo de Germana la enterró en el convento de Nuestra Señora de Jesús de Valencia.

Como quiera que no se encontraba una solución y el viudo insistía en cumplir los deseos de Germana, trasladó el cuerpo desde Valencia hasta Valladolid, donde había un monasterio jerónimo: el de San Bartolomé. Era también la ciudad en la que por aquel entonces se albergaba La Corte del Emperador. Pero como ese traslado le impedía al viudo visitar a menudo la tumba de su esposa, el duque de Calabria pidió a los jerónimos de Valladolid que se establecieran en Valencia; para ello se ofreció a conseguirles un edificio impresionante (mucho mejor que el que les había dado el Emperador en esa ciudad).

Perseverante, en 1544 el duque consiguió convencer al Papa Paulo III para que hiciera algo muy inusual: la supresión del valenciano monasterio cisterciense de San Bernardo. Sus monjes fueron trasladados a otros monasterios, el edificio fue demolido, y sus derechos eclesiásticos se traspasaron a la Orden de los Jerónimos con el nuevo nombre de San Miguel de los Reyes. Para erigir el nuevo edificio el duque trajo a Valencia a dos de los más importantes arquitectos de la época: Alonso de Covarrubias y Juan de Vidaña. La primera piedra del impresionante nuevo edificio para el monasterio se puso en 1548; pero el duque no llegaría a verlo, pues fallecería dos años después. Dado que el duque no había tenido hijos con Germana, legó todo su patrimonio a la orden de los Jerónimos para realizasen las obras del nuevo y enorme edificio (tardaron un siglo) y cuidaran de sus cadáveres. Al avanzar las obras del monumental complejo monástico el cadaver de Germana fue traido por los jerónimos de vuelta a Valencia, enterrándose en San Miguel de los Reyes junto a su enamorado “tercer Fernando”.

Texto de Ignacio Suarez-Zuloaga e ilustración de Ximena Maier

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