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El duelo de los caballeros de Navarres

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En las inmediaciones del castillo de Navarres, cerca de Játiva, una mañana de enero de 1432 apareció el cuerpo sin vida de Alamí, el esclavo moro propiedad de Juan Marrades, caballero de la Orden de Santiago. Pronto comenzaron a propagarse los rumores de que su asesinato había sido ordenado por el caballero Juan Tolsá, señor del castillo. Al enterarse el castellano de Navarres, el 3 de febrero, escribió a Marrades afirmando que la acusación era falsa y, además, le desafió a duelo y le amenazó con matar a sus vasallos y servidores. Tres días, después Marrades contestaría aceptando el duelo ante cualquier juez, fuese este moro o cristiano.

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Durante las semanas siguientes, ambos caballeros de Navarres se cruzaron cartas cada vez más insultantes y amenazantes. Dado que los duelos a muerte estaban prohibidos y debían de realizarse en secreto, ambos acordaron que Tolsa se responsabilizaría de encontrar a un juez dispuesto a organizar el combate.

Después de múltiples gestiones, incluidas entrevistas secretas entre representantes de ambos caballeros, el 9 de agosto Tolsá envió una carta a Marrades informándole de que ya había conseguido un juez que organizara el duelo, el marqués de Ferrara, señor de la ciudad, y en la misiva instaba a Marradés a presentarse en la plaza de Ferrara, en La Lombardía italiana, el 30 de septiembre.

Tolsá, hombre perseverante, al no encontrar en toda la Península Ibérica a nadie dispuesto a hacer de juez en una lucha prohibida, había enviado a su hijo Galvany -caballero de la Orden de San Juan de Jerusalén- a buscar un árbitro en Italia.

Galvaní dió con el personaje apropiado, Nicolás III, señor de Ferrara (Tolsá debió de ser un gran aficionado a la literatura caballeresca, pues puso a su hijo el nombre de Galvany, traducción valenciana de Gauvain, sobrino del legendario rey Arturo, el caballero de la tabla redonda).

De acuerdo ambos contendientes, no consiguieron llegar a tiempo a la cita por lo que el marqués de Ferrara hubo fijar de nuevo una cita el día 15 de octubre en la plaza del común de Ferrara. Entre tanto, fue preparando el entarimado y las barreras necesarias para que se celebrara la justa entre los dos valencianos.

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Llegado el día, ambos caballeros se presentaron al duelo ricamente ataviados y acompañados por numerosos caballeros y servidores. Después de saludar a su anfitrión, se dispusieron a contestar al interrogatorio ritual que un caballero vasallo del marqués les formuló.

Primero afirmaron estar de acuerdo con los preparativos hechos por el marqués, a continuación juraron -tocando físicamente los cuatro evangelios- que se reafirmaban en lo manifestado en sus cartas acusatorias, que creían defender causa justa y que no había otra causa encubierta que les empujara a este duelo. También juraron no llevar encima maleficio, veneno o ensalmo que interfiriera en el justo desenlace de la contienda.

Una vez finalizado tan importante trámite, el marqués hizo una seña al heraldo para que abriera el combate con el ritual tradicional. El heraldo gritó, en francés: “Laissez-les aller pour faire leur devoir” (déjeseles ir para que cumplan con su deber). Repitió el anuncio una segunda vez y, cuando se disponía a realizarlo por tercera y última vez, el marqués de Ferrara se lo impidió. El Marqués llamó a ambos contendientes, les dijo que se aproximaran y les indicó que se volvieran a sus aposentos porque ese día no se iba a celebrar el combate. A pesar de las protestas, ambos contendientes debieron retirarse a sus aposentos junto con sus acompañantes.

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¿Por qué frustró el marqués de Ferrara un duelo tan larga y laboriosamente preparado y que había costado tanto esfuerzo organizar debido al dineral empleado en las instalaciones?. La respuesta está en la sentencia que el juez dictó.

En el último momento, cuando el duelo a muerte estaba a punto de comenzar, al marqués le vino a la mente -y a la conciencia- una carta que tenía en su poder. En la misiva Tolsá confesaba a Marrades que un esclavo de su propiedad había estado en su castillo y que su alcaide le había matado sin su conocimiento. Confesaba también que ese crimen había sido en parte causa suya por no haber protegido debidamente al enviado de Marradés. El marqués de Ferrara decretó que ambos caballeros desistieran de su intención de luchar y que no se ofendieran en el futuro. En el caso de que uno de los caballeros provocara al otro, debería de pagar cuarenta mil ducados en oro de multa -la mitad para el tesoro de la corona de Aragón y la otra mitad para el provocado- Lo más importante, declaró a ambos inocentes de la muerte del esclavo moro. Los dos contendientes juraron aceptar la sentencia, se abrazaron y se besaron en la boca en son de paz. En el Museo de Artes Decorativas de París, se conserva una tabla en la que se representa la escena del beso entre los dos caballeros.

Texto de Ignacio Suarez-Zuloaga e ilustraciones de Ximena Maier