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Agustina de Aragón, una mujer contra los franceses

agustina de zaragoza

En ocasiones las circunstancias se alían de tal modo que provocan casualidades con repercusiones tan impensables como duraderas. Este es el caso de Agustina Saragossa i Domènech, nacida en la calle Sombrerers del barcelonés barrio de La Ribera a primeros de marzo de 1786 y bautizada en la iglesia de Santa María del Mar. Su historia terminaría por convertirla en Agustina de Aragón, “La Artillera”.

El contexto: el asedio de Zaragoza

Agustina Zaragoza se casó a los 16 años con Joan Roca i Vilaseca, cabo de artillería del ejército real. Su marido fue uno de los militares que, en mayo de 1808, decidieron escapar de las autoridades militares de Barcelona y sumarse a la resistencia contra los franceses. Participó en el combate que se produjo el 14 de junio de ese año, donde tan decisiva intervención tuvo derivó en el célebre episodio del «tambor del Bruch».

Estatua Agustina de Aragón
Estatua de Agustina de Aragón en Zaragoza. | Wikimedia

Al día siguiente de dicha escaramuza, el 15 de junio, el general francés Lefevbre-Desnouettes se presentó en Zaragoza con 5000 soldados de infantería, tres escuadrones de lanceros polacos (de los famosos regimientos del Vístula) y seis piezas de artillería. Avisado de su llegada, el general castellano Palafox decidió que era más útil salir a campo abierto para hostigar a los franceses durante el previsible asedio. Por ello, acompañado de su Estado Mayor y de un contingente de soldados, el general abandonó Zaragoza.

La defensa quedó entonces bajo el mando del coronel Vicente Bustamante, al frente de unos cientos de soldados de infantería y unos 10 000 civiles voluntarios. Al ser conminado a abrir las puertas, le negó la entrada a los franceses

La llegada de Agustina de Aragón a la capital maña

Zaragoza era una ciudad que solo contaba con sus antiguas murallas medievales. Por esa razón, tras pocas horas de bombardeo, la artillería francesa abrió varias brechas. Una carga de los lanceros polacos permitió a la caballería y a la infantería francesas penetrar en la ciudad. Pero la encarnizada resistencia los derrotó en la lucha callejera, obligando a los atacantes a retirarse de la ciudad.

Enterados del ataque a Zaragoza, los mandos militares españoles insurrectos frente al gobierno afrancesado de Madrid, decidieron enviar refuerzos para socorrer a la ciudad asediada. Entre los efectivos enviados a Zaragoza figuraban artilleros, pues se trataba de un cometido para el cual se requería de cierta cualificación. Uno de los designados para socorrer la ciudad asediada resultó ser Joan Roca, que viajó de Barcelona a Zaragoza acompañado de su esposa Agustina.

Agustina, “La Artillera”

Por su parte, el 25 de junio el general de división Jean Antoine Verdier llegó a Zaragoza con importantes refuerzos para hacerse cargo del asedio. En los días siguientes los franceses bombardearon reiteradamente la ciudad y realizaron distintos asaltos que acabaron siendo rechazados. La situación se volvió especialmente crítica en la llamada Puerta del Portillo, donde había una gran brecha por la que estaban entrando los primeros soldados franceses. En esa zona se encontraba Joan Roca con su pieza de artillería, cuando su esposa acudió a llevarle comida.

Al observar Agustina que se les echaban encima los franceses y que había una pieza de artillería lista para disparar, pero que sus servidores se encontraban heridos, disparó ella misma el cañón, poniendo en fuga a los asaltantes. Su actuación corrió de boca en boca por la ciudad, levantando el ánimo de los combatientes.

Cuadro de Agustina de Aragón
Cuadro de Agustina de Aragón de Augusto Ferrer-Dalmau. | Wikimedia

Durante el terrible ataque del 2 de julio acudió Palafox con refuerzos, consiguiendo romper el cerco francés y auxiliar a los defensores en el momento más difícil. Rechazados los atacantes, Palafox retomó el mando de la ciudad. Enterado de la acción de Agustina, este general decidió nombrar a la mujer artillera, con derecho a sueldo y a comer el mismo rancho que los soldados. Posteriormente, Agustina sería ascendida a sargento y, finalmente, a subteniente. Agustina Saragossa se convertiría en un mito de la resistencia popular: Agustina, “La artillera”.

Zaragoza: símbolo de heroísmo popular

Con la llegada de la noticia de la derrota de los franceses en Bailén, las tropas sitiadoras se marcharon hacia Navarra, perseguidas por las tropas de Palafox. En los siguientes meses los patriotas pudieron recoger armas y fortificar la ciudad, convirtiendo a Zaragoza en símbolo de heroísmo popular, pues la gran mayoría de los combatientes habían sido civiles sin adiestramiento militar.

Así, cuando el 21 de diciembre de 1808 el mariscal francés Lannes comenzó el segundo asedio de la ciudad, Zaragoza estaba defendida por 30 000 soldados, apoyados por 160 cañones (al cargo de uno de los cuales estaba Agustina) y apoyados por varios miles de voluntarios civiles. Comenzaron entonces unos feroces bombardeos, la toma de los barrios exteriores y la lucha casa por casa.

En carta a Napoleón Bonaparte, Lannes escribió: “Jamás he visto encarnizamiento igual al que muestran nuestros enemigos en la defensa de esta plaza. Las mujeres se dejan matar delante de la brecha. Es preciso organizar un asalto por cada casa. El sitio de Zaragoza no se parece nada a nuestras anteriores guerras. Es una guerra que horroriza. La ciudad arde en estos momentos por cuatro puntos distintos y llueven sobre ella las bombas a centenares, pero nada basta para intimidar a sus defensores…”.

“Guerra y cuchillo”

No cabe duda que el mito de Agustina de Aragón fue un importante ejemplo para una ciudadanía identificada con el lema que extendió Palafox entre los defensores: “Guerra y cuchillo”. Los asaltos y bombardeos, junto con una epidemia de tifus, diezmaron a los defensores, que acabarían capitulando el 21 de febrero de 1808.

La ciudad quedó casi completamente destruida, reduciéndose la población de Zaragoza de 55 000 habitantes a 12 000. Agustina Saragossa perdió a su esposo durante el asedio, pero consiguió sobrevivir. Fue tomada prisionera y, posteriormente, canjeada. Reincorporada a filas, las autoridades españolas aprovecharon su popularidad para que fuera visitando a unidades militares y les animara con sus relatos de los sitios de Zaragoza. Se volvió a casar y murió en Ceuta a los 71 años, convirtiéndose en una leyenda.

Texto de Ignacio Suárez-Zuloaga e ilustración principal de Ximena Maier.